Tu palabra es verdad. Juan 17:17.
Un espejo es una superficie que refleja y devuelve los rayos luminosos de tal manera que en él podemos ver nuestra propia imagen.
Entre otros objetos, la Palabra de Dios es comparada con: una lámpara, una espada de dos filos, un martillo que quebranta la piedra… También es un espejo que refleja nuestra imagen moral sin deformarla. Por medio de la Palabra sabemos como somos, pues ella “discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”, por ejemplo, el egoísmo, la soberbia, la mentira, la impureza… “Todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13).
Al leerla, debemos reconocer que el perfil que hace de nosotros es verdadero. ¿Cuál es, pues, el resultado observado? ¿Cuál es la apreciación divina, que es la única valedera? “No hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23).
¿Debemos quedarnos con esto? No, la Escritura también nos lleva a conocer lo que Dios hizo para liberarnos de la condena que nos esperaba: “Jesús, Señor nuestro… fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (Romanos 4:25), es decir, fue entregado para expiar nuestras faltas, y resucitado para que podamos ser declarados justos.
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