lunes, 24 de agosto de 2015

Solo por fe, solo por Cristo y solo para la gloria de Dios

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él. El que en Él cree, no es condenado, pero el que no cree, ya es condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y ésta es la condenación; que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo el que hace lo malo aborrece la luz, y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprobadas. Pero el que obra verdad, viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios.

(Juan 3:16-21 RVG)
La pregunta de Nicodemo es crucial: ¿Cómo puede suceder esto? Pregunta nada extraña. ¿Cómo puedo comenzar de nuevo de un modo tan radical que manifieste un renacimiento? Años de rigurosas prácticas religiosas no habían producido en él esa transformación; incluso la gran mayoría de sus compañeros habían quedado, en términos de disposición, en peor situación que la de los pecadores socialmente visibles.
Mas, ¿qué os parece? Un hombre tenía dos hijos, y llegando al primero le dijo: Hijo, ve hoy a trabajar en mi viña. Y respondiendo él, dijo: No quiero; pero después, arrepentido, fue. Y vino al segundo, y le dijo de la misma manera; y respondiendo él, dijo: Sí señor, voy, y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre? Ellos le dijeron: El primero. Jesús les dijo: De cierto os digo, que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios. Porque vino a vosotros Juan en camino de justicia, y no le creísteis; pero los publicanos y las rameras le creyeron; y vosotros, viendo esto, no os arrepentisteis después para creerle.
(Mateo 21:28-32 RVG)
El texto de Mateo nos presenta parte de la controversia de Jesús con los sacerdotes y líderes religiosos. La religiosidad sin verdadera fe produce una ilusión de justicia. Como en la parábola de Jesús, los hombres solamente religiosos se consideran justos porque dicen “sí, estamos de acuerdo con la verdad cristiana” y se involucran en actividades religiosas que exigen un cierto grado de compromiso, pero hacen sacrificios externos no verdaderamente significativos, y su manifestación más profunda es “la fe de los milagros”, es decir una fe de intereses egoístas y sin amor verdadero por Cristo y odio verdadero hacia el mal.

Estos sistemas religiosos son sistemas de méritos personales donde el que “más hace” tiene más valor o importancia o reconocimiento que el resto del grupo. El “hacer” no está enfocado en la voluntad de Dios sino en convencionalismos religiosos. El que “vende más tarjetas” para algún fin de la organización; el que da más planta; el que resiste más días sin comer; el que reparte más folletos, etc. Todas estas cosas generan la ilusión de que son mejores personas que las demás.

Sin embargo, Jesús muestra la futilidad de este pensamiento: todo este activismo religioso superficial, lejos de acercar al hombre a Dios, le lleva a un interno deseo de matar a Cristo. El Señor crucificado es incompatible e inexplicable en un sistema de méritos personales y obras superficiales. La cruz te muestra las dimensiones de tu maldad, lo desesperado de tu necesidad y, al mismo tiempo, la estupidez de tu jactancia. ¿Cómo tener la mirada altiva frente al Señor que se ha humillado en la cruz?

La cruz nos lleva al terreno de la Gracia, mientras estos hombres son absolutamente incapaces de desear a Cristo. Quienes están llenos de la autosuficiencia de la religión no lo desean, porque poseen un sistema que les recompensa emocional y socialmente. Pero los publicanos y las rameras son personas que, aunque no tienen remedio, podrían ver mejor su verdadera condición. Cuando Juan el Bautista inició su predicación hubo más arrepentimiento en este grupo que en el otro.

Nicodemo ha sido iluminado por esa misma Gracia. Ha venido a Jesús y ha recibido una solución que escapa a su capacidad. Nacer de nuevo no es algo que un hombre pueda hacer por su propia voluntad, lo mismo que el nacimiento no es algo que los hijos puedan escoger. Un hombre entrenado en las exigencias de un sistema religioso estricto hubiera podido orar más veces y más horas, ayunar más, u ofrendar más si el Señor lo hubiera pedido. Pero nacer de nuevo escapa a su capacidad.

Lo mismo pasa con las personas que buscan soluciones superficiales. Su corazón está vacío de Dios. Cambian de hábitos, de trabajo, de pareja, de moda, de religión, de peinado o de ritual por encontrarse siempre con el mismo sentimiento. Pueden sentir, entonces, todo el peso de la pregunta ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? 

Jesús responde que es resultado de la Gracia. No se nace de carne sino que se nace del Espíritu (Juan 3:6), por el don de Cristo (3:13); por medio de la fe (3:16); para la gloria de Dios (3:21). Juan resalta que la iniciativa de la salvación proviene de Dios, en contra de la imagen popular de un Dios que es solamente furia perpetua, y que requiere de otras personas que lo muevan a misericordia, pero la Biblia es persistente en presentar a Dios como rico en misericordia. Más específicamente aún, el asunto central del Nuevo Testamento es que la riqueza de la gloria de Dios es, en su punto culminante, la riqueza de su misericordia. Esto es algo que el mundo se toma muy a la ligera: las riquezas de la benignidad, paciencia y longanimidad de Dios (Romanos 2:4).
   
Juan 3:16 enfatiza la iniciativa de Dios, los motivos de Dios (el amor) y la extensión o universalidad de su amor (para el mundo). Se pueden reconstruir los sentimientos de Nicodemo al escuchar esta verdad. Es como si hubiera hecho una gran tarea que nadie ha pedido, como si hubiera escrito una monografía sobre botánica de 300 páginas, para darla a cambio de una entrada para un viaje, y su trabajo jamás sería aceptado, pero sus billetes están disponibles para todos aquellos que amen ese camino y ese destino, ya que Cristo es el camino y el destino (14:6). El pecado es esencialmente así, como tirar al blanco. 

Toda una vida de religión pero en la dirección equivocada, es más peligrosa que toda una vida sin religión, en la dirección equivocada. De ahí que los publicanos y las rameras llevaban la delantera a los respetables fariseos. Algo de su error, el sentido de su propio fracaso había llevado a Nicodemo a buscar a Jesús de noche. Pero la contundencia de la realidad en la que se encontraba, la altura de las demandas y la grandeza de la misericordia de Dios debió impactar el corazón de este hombre atribulado. Cuán pequeño, moralmente, era Nicodemo, que amaba solamente a los judíos de su fraternidad frente a Dios que amaba a todas las naciones; que daba solamente diezmos y rituales frente a Dios que daba a su propio hijo unigénito; que exigía de los hombres cientos de reglas, alimentos y vestidos frente a Dios que solamente pedía fe.

Esto puede explicar el gran silencio de Nicodemo. No se registra nada más sobre la conversación. Solo Jesús sigue hablando, al corazón de Nicodemo, palabras llenas de esperanza. Las palabras de Cristo muestran la verdadera condición del hombre, condición que revela su pobreza; pero al mismo tiempo, alimentan la fe, y son la semilla del nuevo nacimiento. Jesús conocía lo que el hombre estaba pensando, así que continúa hablando al corazón de Nicodemo. Dios no ha enviado al Hijo para condenar al mundo, sino para salvarlo. Sin embargo, habrá justicia en la cruz. Quien no cree en el hijo persistirá en el error de sus malas obras, aunque sean religiosas. Nicodemo había venido de noche por vergüenza no del pueblo, ya que todos ellos se acercaban a Jesús a plena luz del día, sino por vergüenza de sus colegas fariseos. Había una razón más profunda detrás de ese celo religioso dirigido contra Jesús: ellos amaban más las tinieblas que la luz porque sus obras eran malas. Venir a Jesús significaba reconocer que su sistema religioso era un gran error y ellos amaban ser fariseos más de lo que amaban a Dios. Sin embargo, el cristianismo verdadero se caracteriza porque glorifica a Dios, pero el mero religioso, en cambio, se glorifica a sí mismo.

Quien cree, retoma el camino correcto, se vuelve a las obras correctas y asume los propósitos correctos: los que glorifican a Dios. En términos de Jesús: “Pero el que obra verdad, viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios” (3:21)
Porque por gracia sois salvos por medio de la fe, y esto no de vosotros; pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.
(Efesios 2:8-10 RVG)

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