lunes, 17 de agosto de 2015

¿Es Dios real? ¿Cómo lo puedo saber con seguridad?

Sabemos que Dios es real porque se nos ha revelado de tres maneras: en la creación, en Su Palabra y en Su Hijo, Jesucristo.
La prueba más fundamental de la existencia de Dios está simplemente, en lo que Él ha hecho. “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que (los no creyentes) no tienen excusa” (Romanos 1:20). “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de Sus manos” (Salmos 19:1).

Si encontrara un reloj de pulsera en medio de un campo, no asumiría que éste “apareció” de la nada así como así, o que siempre estuvo ahí. Basado en el diseño del reloj, asumiría que este tenía un diseñador. Pero se ve un diseño 
y precisión mayores alrededor de nosotros en el mundo. Nuestra medida del tiempo no está basada en los relojes de pulsera, sino en la obra de las manos de Dios, por ejemplo, la rotación regular de la tierra o las propiedades radiactivas del átomo 133 de cesio. El universo despliega un grandioso diseño, y esto implica un Grandioso Diseñador.
Si encontrara un mensaje codificado, buscaría un criptógrafo que me ayudase a descifrar el código. Y supondría que hay un transmisor inteligente del mensaje, alguien que creó el código. ¿Cuán complejo es el “código” del ADN que llevamos en cada célula de nuestros cuerpos? ¿La complejidad y propósito del ADN, no alegan un Escritor Inteligente del código?
Dios no solamente ha hecho un mundo físico complejo y finamente armonizado, Él también ha inculcado un sentido de eternidad en el corazón de cada persona (Eclesiastés 3:11). La humanidad tiene una percepción, innata, de que en la vida hay algo más de lo que el ojo capta, una existencia superior a esta rutina terrenal. Nuestro sentido de eternidad se manifiesta en al menos dos formas: regulación de la ley divina y adoración.

Cada civilización, a través de la historia, ha valorado ciertas leyes morales que son sorprendentemente similares de cultura en cultura. Por ejemplo, el ideal del amor es apreciado universalmente, mientras que el acto de mentir es condenado universalmente. Esta moralidad común, este entendimiento global de lo correcto y lo erróneo, apunta hacia un Ser Supremo Moral que nos dio tales escrúpulos.

De la misma manera, la gente en todo el mundo, sin reparar en la cultura, siempre ha cultivado un sistema de adoración. El objeto de la adoración puede variar, pero el sentido de un “poder superior” es una parte innegable del ser humano. Nuestra propensión a la adoración está en armonía con el hecho de que Dios nos creó “a Su imagen” (Génesis 1:27).


También Dios se nos ha revelado por medio de la Biblia, Su Palabra. A través de la Escritura, la existencia de Dios es tratada como un hecho patente (Génesis 1:1Éxodo 3:14). Dios no pasa mucho tiempo probando Su existencia en Su libro. La naturaleza de vidas cambiantes de la Biblia, su integridad, y los milagros que acompañan a sus escritos, deberían ser pruebas más que suficientes para garantizar la cercanía de este libro.
La tercera forma en la que Dios se reveló, es a través de Su Hijo, Jesucristo (Juan 14:6-11). “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios…Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros” (Juan 1:114). En Jesucristo “habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Colosenses 2:9).
En la maravillosa vida de Jesús, Él guardó perfectamente toda la ley del Antiguo Testamento, y con Él se cumplieron las profecías concernientes al Mesías (Mateo 5:17). Ejecutó innumerables actos de compasión y milagros públicos, para autentificar Su mensaje y atestiguar Su deidad (Juan 21:24-25). Luego, tres días después de Su crucifixión, resucitó, hecho confirmado por cientos de testigos oculares (1ª Corintios 15:6). El registro histórico es abundante en “pruebas” acerca de quién es Jesús. Como dijo el Apóstol Pablo, “No se ha hecho esto en algún rincón” (Hechos 26:26).
Aunque siempre habrá escépticos que tienen sus propias ideas referentes a Dios, y por consiguiente, siempre querrán ver las evidencias. Y habrá algunos para quienes no hay prueba que los convenza (Salmos 14:1). Todo se reduce básicamente a la fe (Hebreos 11:6).


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