martes, 26 de mayo de 2015

Identidad perdida

La relación entre el Creador y las criaturas ha sufrido un daño irreversible, y solamente podrá ser restaurada por la intervención del Señor.
1:1 En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios.
1:2 Él estaba con Dios en el principio.
1:3 Por medio de él todas las cosas fueron creadas; sin él, nada de lo creado llegó a existir.
1:4 En él estaba la vida, y la vida era la luz de la *humanidad.
1:5 Esta luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no han podido extinguirla.
1:6 Vino un hombre llamado Juan. Dios lo envió
1:7 como testigo para dar testimonio de la luz, a fin de que por medio de él todos creyeran.
1:8 Juan no era la luz, sino que vino para dar testimonio de la luz.
1:9 Esa luz verdadera, la que alumbra a todo ser humano, venía a este mundo.
1:10 El que era la luz ya estaba en el mundo, y el mundo fue creado por medio de él, pero el mundo no lo reconoció.
1:11 Vino a lo que era suyo, pero los suyos no lo recibieron.
1:12 Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios.
1:13 Éstos no nacen de la sangre, ni por deseos naturales, ni por voluntad humana, sino que nacen de Dios.
1:14 Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan 1:1-14
La venida de la Luz del mundo a los hombres debería haber sido motivo de profundo regocijo entre las personas. No obstante, Juan revela una reacción muy diferente a la esperada. Está en los versos 7 al 11 de este capítulo. ¿Cuál fue la reacción de los hombres? ¿Qué indica esto sobre nuestra condición como pecadores? ¿Qué debe suceder para que seamos capaces de ver la luz que brilla en las tinieblas? 
La descripción que nos ofrece Juan acerca de la persona de Cristo, pareciera dirigirse hacia un desenlace natural: la luz que tanto necesita el mundo se presenta entre nosotros e ilumina a todo hombre (v. 9). Otros, extasiados porque finalmente han encontrado lo que tanto tiempo han buscado, reciben con gratitud la presencia de la luz y reorientan sus vidas conforme a la visión que ahora poseen. .
Se ve en el relato de este evangelio, un giro inesperado. Existía la luz verdadera que, al venir al mundo, alumbra a todo hombre. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por medio de El, y el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no lo recibieron (vv. 9-11).
Él es la respuesta a todas nuestras preguntas, el objeto de nuestros más profundos anhelos, la razón por la que existimos.
La llegada del Mesías representa una oportunidad sin igual en la historia de la humanidad. No se trata solo de conocer a alguien que puede ayudarnos a la hora de descifrar los misterios de la vida, sino a uno que nos ofrece la posibilidad de entrar en contacto con Aquel, de quien fluye la existencia de todo lo que habita en el universo. Él es la respuesta a todas nuestras preguntas, el objeto de nuestros más profundos anhelos, la razón por la que existimos.
Frente a la extraordinaria posibilidad que esto representa, los textos que acabamos de leer revelan una tragedia de incalculables proporciones. Juan afirma que el mundo no lo reconoció. Se entiende por esto, que la desfiguración sufrida por el pecado ha sido tan profunda y absoluta que el pecador ya no reconoce en su Creador, ninguna similitud con su propia persona. La distancia que lo separa de Aquel que dio inicio a la vida es tan enorme, que ya no guarda ningún registro de lo que alguna vez significó haber sido creado a imagen y semejanza de Dios. 
La misma actitud es la que dice el apóstol Pablo en su carta a la iglesia en Roma: NO HAY JUSTO, NI AUN UNO; NO HAY QUIEN ENTIENDA, NO HAY QUIEN BUSQUE A DIOS. A pesar de su convicción de ser personas que "buscan" a Dios, la realidad es que Cristo no es bienvenido entre aquellos que moran en las tinieblas. La relación entre Creador y criaturas ha sufrido un daño irreversible, y solamente podrá ser restaurada por la intervención directa del Señor.
Por esto, no estamos equivocados al afirmar que no es por iniciativa propia el que nos acerquemos a Dios, sino siempre como respuesta a los pasos que Él toma en nuestra dirección. Este principio es importante para el ejercicio de una vida espiritual sana, porque nos ubica en el plano que nos corresponde, el de gente que reacciona ante la intervención divina. Recordarlo servirá para mantener, en todo momento, una actitud de profunda gratitud por la incomparable gracia de nuestro Señor.

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