domingo, 22 de marzo de 2015

En el principio

El hombre responde a la iniciativa divina; es un actor secundario en una historia que es mucho más grande que él.
En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan 1:1;14
La declaración del apóstol es una réplica del relato del Génesis, cuyo origen va más allá de la historia particular del planeta que habitamos: "En el principio creó Dios los cielos y la tierra". Este "principio" al que ambos autores se refieren, escapa de los parámetros que nosotros usamos para medir el paso del tiempo, pues está escondido en la misma eternidad.
Juan no pretende entrar en el misterio de esta frase. Simplemente, afirma que el Verbo existía desde siempre, porque el Verbo es Dios mismo. Su declaración nos ayuda a asumir, desde el mismo principio, la postura correcta en nuestra relación con el Señor. Él es el origen de todas las cosas, incluso de nuestra propia historia personal. Una y otra vez, a medida que caminemos con Él, vamos a retornar a esta verdad. Cada escena que presenciemos nos conducirá indefectiblemente, a la persona de Dios. El hombre es, y por siempre será, el que responde a la iniciativa divina, un actor secundario en una historia mucho más grande y profunda que el relato de nuestro fugaz paso por este planeta. 
Dios es el origen de todas las cosas, incluso de nuestra propia historia personal.

La declaración del discípulo amado también sirve para enmarcar el peregrinaje terrenal del Mesías de lo eterno. Su presencia en este escenario, aunque limitada a un pequeño lapso de tiempo, como el que representan unos escasos treinta y tres años de vida, está incluida en un proyecto que nace en el mismo corazón de Dios y que, por esta razón, necesariamente está contenida en la eternidad.
Qué bueno resulta, entonces, poder comenzar esta aventura en actitud de adoración, maravillados ante el hecho de que se nos ha concedido el contacto con el Eterno. Podemos exclamar, junto a Moisés: Señor Jehová, tú has comenzado a mostrar a tu siervo tu grandeza y tu mano poderosa; porque ¿qué dios hay en el cielo o en la tierra que haga obras y proezas como las tuyas? (Deuteronomio 3.24). 
Sostener esta postura a lo largo del tiempo, será uno de los factores que más favorecerá nuestra entrada a la profundidad del conocimiento de la persona de Cristo. No nos aproximaremos a Él como quienes lo buscan para analizarlo, explicarlo y desmenuzarlo. Más bien, nos acercaremos para simplemente, saborear el irresistible encanto de su persona.

Señor, Tú eres la encarnación de todos nuestros anhelos, en ti se manifiestan nuestros más osados sueños. Al acercarnos a tu persona no hacemos más que responder a tu iniciativa. Venimos con el corazón abierto y la voluntad dispuesta a dejar que Tú nos conduzcas a donde quieras. Produce en nosotros, las experiencias que Tú deseas. No te pedimos que nos expliques lo que haces, sino que nos mantengas cerca de ti. Estar contigo, Señor, es todo el bien que anhelamos.

 

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