domingo, 22 de febrero de 2015

Un versiculo con promesa

Proverbios 3:9-10 “Honra a Jehová con tus bienes, y con las primicias  de todos tus frutos; y serán llenos tus graneros con abundancia, y tus lagares rebosarán de mosto.” (Reina – Valera)
“Honra al Señor con tus riquezas y con los primeros frutos de tus cosechas; así se llenarán a reventar tus graneros y tus depósitos de vino.” (Dios Habla Hoy) 
Una de las enseñanzas claves que Jehová Dios le dio a su pueblo, fue que deberían honrarle sobre todas las cosas. Había una doble causa en ello:
a) Él es digno de ser honrado y adorado por ser el Único y Verdadero Dios y
b) habría una recompensa para quienes lo practicaran.
Dios conoce al ser humano, y a todos nos gusta estar bien y obtener las bendiciones de Dios. Teniendo esto como base, el Señor siempre motivó a Su pueblo a que lo buscase, con el fin de que ellos resultaran bendecidos en sus vidas, familias y posesiones.
El pasaje descrito refleja esta verdad, pues nos aconseja que honremos  al Señor y le demos las primicias, o lo mejor de lo primero, para posteriormente, ser bendecidos. El Señor es digno, por ser Dios, de recibir lo mejor de nuestras vidas.
Muchas veces le damos al Señor lo segundo o lo tercero de nuestro tiempo, de nuestro esfuerzo, de nuestro dinero, etc. Sí, lo vemos como Dios, pero solo le buscamos cuando tenemos o hay problemas, tenemos inconvenientes en verlo como el Señor que reina con poder y que es digno de ser adorado y merecedor por excelencia, de las primicias o lo  mejor de nosotros. Algunos cristianos ven al Señor como una especie de “lámpara de Aladino”, que creen que frotándola sale un sirviente dispuesto a hacer lo que ellos pidan.
¡Pero este no es el Señor del que nos habla la Biblia!  Nos habla acerca del Señor como Aquél que reina con poder sobre todo el universo y que como tal, es digno de que le honremos y le demos las primicias de nuestras vidas. ¿Lo estamos haciendo?
Cambia mi perspectiva espiritual, oh Dios, para verte como lo que Tú realmente eres: El Señor Todopoderoso, digno de ser honrado y merecedor de lo mejor de nuestras primicias.  Por Cristo nuestro Señor, amén.

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