sábado, 7 de febrero de 2015

Huesos secos

Días atrás escuché un vibrante mensaje sobre el capítulo 37 del libro de Ezequiel. Si bien su sentido y enfoque fueron diferentes al ilustrado, la lectura que hice posteriormente, del pasaje bíblico, me aportó nuevas esperanzas y renovada energía a mi alicaído espíritu.
En él, el profeta se encuentra en medio de un campo lleno de huesos secos y esparcidos. De repente, cada uno de estos huesos comienza a unirse con sus allegados correspondientes; Dios hace crecer nervios, carne y finalmente sopla aliento de vida en ellos hasta formarse todo un ejército, una muchedumbre.
Más allá de toda consideración, simbolismo o interpretación del pasaje, si hay algo que está absolutamente claro, es que Dios tiene el poder de convertir todo un campo de huesos secos en un ejército viviente. Como en la profecía, es Su Soberana Palabra la que dice “hágase”, y tan simple como el decirlo es el hecho.
Esto nos recuerda con tristeza, las oportunidades que tuvimos y que no supimos valorar, aprovechar ni agradecer debidamente. Malas decisiones, falta de experiencia, de criterio, un poco de ignorancia y quizá hasta alguna dosis nefasta de arrogancia nos condujeron a situaciones difíciles y penosas. En pocas palabras, hicimos de nuestras vidas un valle de huesos secos. Recordamos con tristeza cuántas veces nuestra vida estuvo hecha un campo de huesos secos, aquellas veces en los que el desaliento, la frustración, la ira mal contenida, la tristeza y la desesperanza ganaron terreno sobre la fe y la esperanza; pisaron sueños y derribaron ilusiones.
Tal vez tu vida hoy sea un campo de huesos secos en la que hay más dudas que certezas, más sombras que luces. Un fracaso laboral, una triste decepción, una ruptura, la penosa pérdida de un ser querido, una salud quebrantada, un negocio que no prosperó… muchas circunstancias en la vida capaces de convertir un vergel en un ardiente desierto… Parece increíble cómo donde ayer fluía la vida, la prosperidad y la esperanza, hoy sea un valle de huesos secos.
“Señor, Tú lo sabes”, responde reverentemente Ezequiel cuando Dios le pregunta si han de revivir. O lo que es lo mismo, extrapolándolo a nuestras palabras actuales: “A menos que Tú hagas algo al respecto…” El profeta no tenía ninguna opción real a su disposición. Quizá tú tampoco la tengas.
Cuando las opciones se agotaron, cuando se tocó fondo y ya no hay posibilidades de continuar bajando… es el momento de decir “Señor, Tú lo sabes”, y depositar tu vida en las manos de Dios. Con humildad y reverencia, no con reclamo ni demanda. 
"Hoy necesito que tengas a bien, obrar ese milagro de ponerle aliento de vida a este valle de huesos secos del que hice mi vida".

Confía en Él, y Él hará

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