Yo, el Señor, te llamé y te tomé por la mano, para que seas
instrumento de salvación; yo te formé, pues quiero que seas señal de mi pacto
con el pueblo, luz de las naciones. Quiero que des vista a los ciegos y saques
a los presos de la cárcel, del calabozo donde viven en la oscuridad.
Isaías 42, 6-7
Frecuentemente tenemos
problemas o circunstancias adversas, pero aunque no lo parezca,
son necesarias.
Duele mucho cualquier
carencia, y puede llegar un momento en el que creemos que no hay
escapatoria. Nos ahogamos entonces, porque no sabemos qué hacer
para ponerle fin a tanta deuda o conflicto con aquél hermano, esposo, hijos...
Es entonces cuando
oramos, clamamos y... ¡vaya!, parece que el cielo está en completo silencio u
ocupado porque no contesta ni una de nuestras oraciones; pero no es cierto.
Nos asombramos al saber que Dios lo permite para que nos gocemos solamente en Él.
Desea que aprendamos a tener fe, anhela que seamos hijos llenos de convicción,
quiere que decidamos creer.
Fue ayer cuando vinieron
a mí una cantidad de situaciones nada favorables y junto con ellas, una
serie de circunstancias nada bonitas ni agradables.
No dije ¿Por qué, mi
Dios? Solo dije: por favor, si puedo ayudar, úsame para resolver el problema de
una vez por todas. Hice un intento de hallar la solución, pero antes de
llevarlo a cabo, le dije a Dios que se hiciera su voluntad.
Al día siguiente, su
voluntad no fue que fuese aceptada en ese trabajo que tanto esperaba, no sé por
qué razón. Solo sé que la dicha que sentí luego, fue comparable a la sensación de que todos los problemas económicos desaparecieran en un instante.
Ver y escuchar a mi papá
hablarle a mi mamá de la palabra de Dios con entusiasmo, contemplar a mis
hermanitas orar con total devoción por el día que reciben, ver a mi hermano
cerrar sus ojos para bendecir los alimentos, todo hizo que mis ojos brillaran y
sentí mi corazón palpitar raudamente por Dios.
El amor de Dios fluía en
mí y me quemaba hasta los huesos, y entonces, me detuve un momento y observé más
a mi familia, vi sus movimientos, cómo caminaban, y recordé años atrás, cuando
ni siquiera le prestaban atención a Dios.
Recordé cuando mi mamá
me impedía ir a la iglesia y mi hermano se negaba a recibir la palabra de Dios,
recordé cómo lloraba pidiendo a Dios que me ayudara. Me he dado cuenta de que todo
es parte de un crecimiento, no solo mío sino también de mi familia.
Es hermoso ver cómo ahora, nadie come en la mesa antes de decir "gracias Padre por los
alimentos", y lo más bello es que no soy solo yo quien ora, sino que nos
turnamos por la mañana, tarde y noche.
Mi corazón descansa
contenta, cuando antes de dormir mis hermanitas me piden que hagamos la oración
de la noche, y cuando tienen una pesadilla me piden que les ayude a olvidarla
en el nombre de Jesús.
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