“Al recibirla, comenzaron a murmurar contra el propietario. Estos que fueron los últimos en ser contratados trabajaron una sola hora, dijeron, y usted los ha tratado como a nosotros que hemos soportado el peso del trabajo y el calor del día.” Mateo 20:11-12

El día de trabajo se contaba a partir de la salida del sol. La hora más cara era a las seis de la mañana, cuando salía el sol. Otras horas muy valiosas eran al mediodía. Para contratar trabajadores, el capataz fue a las 6, a las 9, a las 12, a las 3 y a las 5 de la tarde. Pactó el precio con los primeros, y solo les dijo: les voy a pagar lo que sea justo. A las 5 de la tarde, el día laboral acababa; porque en poco tiempo era de noche y cada uno recibiría su paga.
El dueño de la finca volvió otra vez a la plaza y vio a un grupo de hombres desahuciados. Ya nadie los iba a tomar para trabajar, pero aún estaban allí, esperando. En lugar de irse fracasados a sus casas, seguían esperando y buscando una oportunidad. Y ante la oferta, fueron rápidamente a la finca a trabajar en lo que quedaba del día.
Cuando terminó el día, el capataz reunió a todos los trabajadores, y todos recibieron la misma paga. Es injusto, se quejaron los que entraron a trabajar a las 6 de la mañana. La respuesta, representativa del carácter de Dios fue maravillosa. El dueño de la finca les dijo: Les prometí una paga y es lo que les di. Es un precio justo por su esfuerzo y valoro su trabajo. Fue lo que acordamos. Pero si deseo pagarle lo mismo a aquel que solo trabajó una hora, ¿Cuál es el problema? Es mi dinero, es mi finca y es mi decisión. No cuestionen mi generosidad.
Dios no cambia, y su misericordia hoy es tan amplia como hace dos mil años. Disfrútala.
Dios no cambia, y su misericordia hoy es tan amplia como hace dos mil años. Disfrútala.
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