viernes, 15 de agosto de 2014

Mi Milagro - Crecimiento personal-espiritual

Hace 5 años, estando en la mar como servicio de Guardacostas, nos topamos con un oleaje de 7 metros y,... esa fue la tormenta que me lesionó la espalda. Me sometí a cirugía en diciembre de 2008: 2 pernos y 6 tornillos.
Estuve 5 días en el hospital aprendiendo a caminar de nuevo; 5 pasos hacia adelante, 5 hacia atrás y luego dormir 24 horas. Al día siguiente, 3 metros hacia adelante, 3 metros hacia atrás, luego dormir…
Finalmente, para fines de abril caminaba 8 Kms. seguidos sin problemas. Sin dolor alguno y en franca recuperación, estaba programado para volver a mi barco para agosto de 2009.
El cirujano me mandó montar en bicicleta para fortalecerme. Dos días después, el sábado 2 de mayo, mientras montaba en mi bicicleta, fui arrollado por un camión que se dio a la fuga. Primero me hallé en el suelo, luego de vuelta al hospital teniendo que aprender a caminar de nuevo. Fue tan doloroso, y todavía lo es, que me resultó muy difícil. La policía nunca encontró al que me arrolló; mi vida como capitán de Guardacostas en el mar había llegado a su fin.
Para el mes de Julio, tanto el dolor como la angustia mental sobre mi futuro eran extremos, lo que me llevó a arrodillarme pidiéndole ayuda a Dios. Poco después comencé a ver señales de parte de Dios de que me quería hablar, pero yo no sabía qué hacer. Señales tan pequeñas como una placa de coche que decía “Cielos”, o una señal de dirección que decía “Camino a la Rendición” (señal por la que había pasado cada día sin haberla visto antes), y nunca se me había ocurrido rendirle mi corazón a Dios. 
Un día, al caminar por el bosque, kilómetro y medio adentro, me detuve ante el mismo banco de siempre, ante el cual me había detenido antes cientos de veces, y vi unas palabras escritas en la misma: “Jesús te ama”. Puse mi mano sobre esas palabras y pude sentir algo en mí, que se removía en ese momento; Dios me estaba llamando.
Le conté a mi esposa que, durante esas semanas, en más de una ocasión Dios me estaba llamando. Ella me preguntó: “¿Para qué?” Le dije que no lo sabía, pero que me estaba llamando. Así que llamé al único amigo que conocía que había entregado su vida a Cristo, justo en medio de nuestra locura de días festivos, y le dije: “Dios me está llamando y no sé qué hacer”.
Me preguntó si había invitado al Señor a mi vida y sí, lo había hecho. Entonces procedió a decirme que Dios estaba contestando mi petición y que necesitaba acercarme a Él. Me habló sobre el libro de John Bevere, “Acercándonos”, de modo que leí las oraciones escritas y el primer capítulo. Inmediatamente, fui profundamente conmovido por el amor de Cristo y mis lágrimas fluyeron como un río durante una hora. El Espíritu Santo había descendido sobre mí. Las últimas palabras que leí después de la oración fueron: “Bienvenido a casa”.
Nuestros vecinos nos habían invitado a acompañarles a la iglesia más de una vez en los últimos 18 meses. El caso es que necesitaba ir a la iglesia esa mañana del 13 de septiembre, y fui solo. El primer culto no había finalizado todavía, por lo que me detuve en el vestíbulo y la primera persona que vi fue a un hombre negro grande, de nombre Coach. Se me acercó, me abrazó y dijo: “Bienvenido a casa”.
Supe que estaba en el lugar correcto y que todo era real, sentía que Cristo estaba vivo y que le pertenecía a Él. No creía en Cristo plenamente hasta ese día; aunque todavía hay mucho dolor en mi columna, es solo un recordatorio de que soy parte del plan maravilloso de Dios.
Alrededor de septiembre u octubre de 2010, año y medio después de mi accidente y salvación, un amigo mío intentaba llevarme a una reunión de varones un martes en la noche en el “Garage”. La primera vez en el Garage, solo escuché y no participé mucho; quería ver si la presencia de Dios estaba allí. Aunque no la sentí aquel día, conocí a unos cuantas personas agradables, una de los cuales había pedido al grupo orar por él ya que tenía una cita en la corte judicial ese jueves; su nombre era Kevin.
Decidí volver un par de semanas después, para intentarlo de nuevo; tampoco sentí Su presencia, pero pregunté por Kevin. Por alguna razón se hallaba en mi corazón, pero no se hallaba allí.
Después de aquella segunda reunión, conducía hacia casa y pensaba que no volvería al Garage de nuevo, ya que no sentía la presencia del Señor y creía que no era el lugar más indicado para mí. Cuando llegué a casa me arrodillé para orar cuando Dios, tan audiblemente como si estuviese parado junto a mí y antes de que mis rodillas tocasen el suelo, me dijo: “Necesitas volver a ese grupo en dos semanas”.
“¿Qué dijiste, Señor?” Oí una vez más: “Tienes que volver en dos semanas”. Y antes de que pudiera cuestionarlo, me repitió: “¡Dos semanas!”
Le conté a mi líder de grupo de la iglesia y a mi esposa esto que me sucedió. Por supuesto que me dijeron: “Bueno, tienes que ser obediente y volver en dos semanas”.
En aquel tiempo estaba leyendo un libro titulado “ La Carnada de Satanás”. El libro trataba sobre el perdón y me lo había dado la esposa de mi vecino y pastor. A través del libro, Jesús me limpió de todas las heridas pasadas y otras cosas que tenía en mi corazón que pudieran obstaculizar nuestra relación.
Pasaron las dos semanas; era el 28 de diciembre de 2010. Recuerdo haberle dicho a mi esposa que realmente no quería ir, y me dijo: “Entonces, no vayas”. Pero algo bullía dentro de mí; algo que mi líder de grupo pequeño me había dicho: “Dios te dijo que fueras, necesitas ir, tienes que ser obediente”.
Así que, fui allí esperando algo, sin saber qué, ya que Dios tenía una razón para que estuviese allí esa noche en particular. Me detuve y conversé con Kevin, quien estaba de vuelta. Otro tipo estaba en una silla de ruedas y preguntaba por qué yo tenía tantos problemas estando de pie y caminando. Le conté la historia sobre mi accidente y mi venida al Señor.
Cuando terminé mi historia, unas 6 ó 7 personas estaban escuchando. El tipo en la silla de ruedas me preguntó dónde había pasado eso y le dije la intersección y le describí el camión que me había arrollado. Le conté toda la historia; pero la acabé con mi agradecimiento por haber sido arrollado, ya que Dios había usado aquello para traerme a casa, a Él… ese fue el final.
La reunión comenzó con algo de música de adoración, invitando al Espíritu Santo. Durante nuestra adoración aquella noche, comencé a orar y adorar a Dios, cuando Él me dijo de nuevo: “Las cosas se van a poner difíciles pero estoy aquí contigo, no te preocupes”. Me estaba alarmando un poco ya que nunca oigo a Dios, especialmente cuando es sobre mí, pero sé que Él estaba conmigo.
Nada pasó después de la música de adoración, aunque había venido esperando algo, y seguimos hablando sobre algunos testimonios de alabanza, peticiones específicas, o cualquier otra cosa que estuviese en sus mentes. La reunión finalizó sin que pasara nada extraordinario.
Tras la reunión y un poco de conversación salí para volver a casa, y Kevin (el hombre que había ido a la cárcel) me detuvo afuera y dijo: “Necesito decirte algo pero no sé cómo”.
Le dije: “Solo estamos tú, yo y Dios aquí. Puedes decirme lo que quieras”. Él, después de una pausa como de unos 10 segundos, dijo: “Yo fui quien te arrolló”.
Quedé anonadado; la pausa estaba realmente justificada. Mil emociones me vinieron a la mente en una fracción de segundo, pero me asenté en una. Y una fracción de segundo después, reaccionando, pero en pleno control de mí mismo, le abracé y le dije: “Te perdono por completo” y lo hice de inmediato.
Se disculpó de corazón, me preguntó si podía hacer algo por mí e incluso me ofreció dinero. Solo le dije que se acercase más a Dios. 
No existen las coincidencias. Fue un verdadero milagro y jamás he experimentado alguno. Esta es mi historia de cómo llegué al Señor, demostrándole al mundo que Dios es real y que todavía está en el negocio de los milagros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario