sábado, 12 de julio de 2014

Bailando con muletas

Se le llama muleta a una especie de bastón largo, robusto, convenientemente reforzado, que puede llegar hasta el codo o la axila y que consta de una empuñadura en el medio para que el usuario se pueda sujetar firmemente. Es útil para aquellas personas, que tienen problemas para caminar con una o ambas piernas, o carecen de alguna de ellas.

Cuando me accidenté un pie y estuve un tiempo con la clásica bota de yeso, tuve que andar con un bastón, imposibilitado para poder caminar con una de mis piernas, hasta que estuve en condiciones de apoyar el pie. Tuve la opción de elegir entre bastón o muleta que es más segura, pero el uso de esta última francamente, me aterraba. Haber experimentado esta relativamente breve limitación, aún con la certeza de que en poco más de un mes iba a poder comenzar a caminar normalmente, me inspiraba un profundo respeto hacia quienes no tienen esta opción y deben valerse de muletas por un prolongado período de tiempo, algunos incluso, de por vida. 

A pesar del largo tiempo transcurrido desde entonces, afloran en mi mente con extraordinaria nitidez, recuerdos y detalles del accidente, como si hubiera ocurrido ayer. Incluso el agudo dolor de los huesos rotos puedo volver a sentir. Creo que Dios, de esta forma, me enseñó una formidable lección aquella terrible y dolorosa tarde.

Hay un momento tan fugaz como traumático, de crisis e intenso dolor, durante el que nada podemos hacer por evitarlo. Es esa fracción de segundo en la que se desencadena el evento.
Luego sobreviene el trauma. Salir de la crisis o permanecer años, inclusive toda la vida sumergidos en ella, sí depende de cada uno de nosotros.

El otro día vi en televisión a un hombre con una de sus piernas parcialmente amputada… ¡bailando con una muleta! Describirlo, hasta podría parecer tétrico, de mal gusto. Verlo moverse con una habilidad y precisión extraordinaria, al compás de la música y con una coreografía algo enredada y compleja, es una verdadera lección de vida y de superación.
Hoy caigo en la cuenta de que, a pesar de que en lo físico puedo caminar normalmente, nunca abandoné ese bastón. Me veo literalmente, bailando la danza de esta vida en muletas. No se ven, pero están. Porque muchas personas andamos por la vida con muletas o bastones, apoyándonos en hábitos, cábalas, supersticiones, creencias infundadas, o haciendo las cosas de cierta manera y no de otra, por temor al fracaso o lo que es lo mismo, a la caída. No queremos abandonar nuestras viejas formas de ser, de vestirnos, de relacionarnos; nos aferramos a situaciones laborales, personales, familiares, que muchas veces nos hacen daño, prefiriendo la relativa comodidad de una mala situación ante el temor de caer en otra peor, como quien se agarra a un madero flotando en medio del mar. Como quien anda con muletas teniendo la posibilidad de correr libre por esta vida.

Mis primeros pasos con el pie enyesado y un bastón fueron inseguros y dolorosos. Y a veces pienso que no han cambiado mucho las cosas desde entonces. Hay para quienes el dolor, el temor y la inseguridad son un hábito de vida.
Ese instante de la situación terrible que desencadenó el estado actual, tal vez sí o tal vez no lo pudimos evitar. Pero el hecho es que ocurrió y nos marcó. Pero permanecer en el miedo, la tristeza, el dolor, o la inseguridad, definitivamente sí depende de nosotros.

Por eso anímense mutuamente y edifíquense juntos, como ya lo están haciendo. Hermanos, les rogamos que se muestren agradecidos con los que trabajan para ustedes, los dirigen en el Señor y los corrigen. Ténganles mucho aprecio y cariño por lo que hacen. Y vivan en paz entre ustedes. Les rogamos también, hermanos, que reprendan a los indisciplinados, animen a los indecisos, sostengan a los débiles y tengan paciencia con todos.

(1 Tesalonicenses 5:11-14 BLA)

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