viernes, 25 de abril de 2014

Siervo dispuesto

Cristo actúa conforme a los anhelos más profundos del corazón del Padre.
Por lo cual, entrando en el mundo dice: 
Sacrificio y ofrenda no quisiste; Mas me preparaste cuerpo. Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, Como en el rollo del libro está escrito de mí. Hebreos 10:5-7
El autor de Hebreos dedicó tres capítulos enteros a demostrar la ineficacia del sistema de sacrificios de la Ley mosaica. Éste, si bien les mantenía libres de la condenación que merecían por sus pecados, no lograba esa transformación profunda que tanto anhela nuestro Dios. 

El autor emplea una cita del Salmo 40.6-8 para referirse a la perspectiva radicalmente distinta, con que llega Cristo. No tiene la intención de ajustarse al modelo imperfecto que tanto amaban los fariseos. Entiende el corazón del Padre y conoce, según lo ha declarado el profeta Miqueas, qué es lo que más le agrada: "¿Qué podemos presentar al Señor? ¿Qué clase de ofrendas debemos darle? ¿Debemos inclinarnos ante Dios con ofrendas de becerros de sólo un año? ¿Debemos ofrecerle miles de carneros y diez mil ríos de aceite de oliva? ¿Debemos sacrificar a nuestros hijos mayores para pagar por nuestros pecados? ¡No!, oh pueblo
El Señor te ha dicho lo que es bueno, y lo que él exige de ti: que hagas lo que es correcto, que ames la compasión y que camines humildemente con tu Dios. (Salmos 6.6-8 – NTV).
He venido, oh Dios, a hacer tu voluntad.

Cristo declara que Dios preparó un cuerpo para Él, para que viviera la clase de vida que el Señor anhela para cada uno de nosotros. Su disposición a caminar en obediencia, aun arribando a la muerte en la cruz, se resume en la sencilla frase: «He venido, oh Dios, a hacer tu voluntad». De hecho, durante su peregrinaje terrenal Jesús señala una y otra vez que ese es el objetivo central de su vida. Ciertamente les aseguro que el hijo no puede hacer nada por su propia cuenta, sino solamente lo que ve que su padre hace, porque cualquier cosa que hace el padre, la hace también el hijo (Juan 5.19). Yo no busco hacer mi propia voluntad, sino cumplir la voluntad del que me envió (Juan 5.30). 

¡Qué sencillez la de esta filosofía! ¡Qué gran desafío presenta a quienes hemos recibido el regalo de la libertad! ¡Cuántos problemas nos evitaríamos, si a cada situación nos tomáramos un momento para meditar acerca del deseo de Dios para ella!
 
Cristo no obtuvo ventaja a la hora de obedecer al Padre. Se enfrentó a las mismas tentaciones y luchó con las mismas alternativas que nos seducen maliciosamente a nosotros. No obstante, aprendió obediencia en la escuela del sufrimiento, donde las opciones se vuelven más claras y lo que está en juego más realista.
El Salmo cierra la cita con ... tu ley la llevo dentro de mí. Allí está resumida la función de la Palabra. Esta es la razón por la que tanto hincapié se ha hecho, en prestar atención a lo que Dios nos ha dicho.  

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