domingo, 5 de enero de 2014

Saco de plumas - Ánimo en mensaje

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Cuenta la leyenda que en cierta ocasión un hombre calumnió gravemente a un amigo suyo, llevado por la envidia que le despertó comprobar el éxito que había alcanzado. Sin embargo, con el paso del tiempo el calumniador se arrepintió del mal causado, de tal manera que, en busca de consejo, visitó a un hombre muy sabio a quien le confesó:
-”Maestro: Quiero arreglar todo el mal que a través de mis calumnias, le propicié  a  un amigo. ¿Cómo puedo hacerlo?”
El sabio le contestó:
-”Toma un saco lleno de plumas ligeras y pequeñas y suéltalas de una en una por donde vayas”.
El hombre muy contento por aquella tarea, a simple vista fácil, tomó el saco con plumas y empezó a desparramarlas  por el sector. Al cabo de un corto tiempo terminó la tarea. Entonces regresó donde el sabio para decirle:
-“Maestro, tal como me lo ordenaste, solté ya todas las plumas”. 
El sabio, contestó:
-“Bien, esa era la primera parte. Ahora anda a la calle otra vez y llena nuevamente el saco, con las mismas plumas que desperdigaste”.
El hombre, algo desconcertado, fue nuevamente a cumplir la orden, pero muy pronto regresó entristecido, argumentando que fueron muy pocas las plumas que pudo juntar. El sabio, le dijo entonces:
-”Ahora ya lo entiendes: así como las plumas vuelan con el viento, el mal que hacemos vuela de boca en boca permitiendo que el daño se esparza tanto, que es difícil recogerlo. Lo único que te queda entonces es pedirle perdón a tu amigo. No hay otra forma de revertir una calumnia”.
Amables amigos: La lengua es una herramienta valiosa que el Señor nos ha proporcionado, para ayudarnos a comunicarnos con otros. Pero al mismo tiempo es un arma poderosa que cumple una doble función, que es "construir o destruir", dependiendo de la utilidad que le demos. Intentemos entonces utilizarla como instrumento de bendición, y no de maldición, para edificar personas, no para destruirlas.

El salmista decía : Señor, ponme en la boca un centinela; un guardia a la puerta de mis labios. No permitas que mi corazón se incline a la maldad, ni que sea yo cómplice de iniquidades  (Salmo 141:3,4)


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