Una enseñanza que posiblemente nos impacte cuando recibimos a Jesús en el corazón, es la importancia que tiene la adoración una vez estamos en su presencia. No es imaginable lo que supone entrar en la presencia de Dios alabándole, expresándole cuánto lo amamos, demostrándole cuánto dependemos de Él. Mirando hacia atrás en el tiempo cuando no lo conocíamos, podemos ver de inmediato, la diferencia que existe entre lo que antes teníamos sin Él, que no era más que una simple religión, a lo que ahora tenemos, una relación verdaderamente llena de experiencias transformadoras.
El Espíritu Santo nos lleva a comprender que existen diversas formas de adorar al Señor. Pero ante todo, nos hace entender que adorar a Dios no es una cuestión de métodos, pues adorar a Dios no es una elección, es un acto de obediencia, de reconocimiento y de respeto hacia Él en todo momento:
1. Adoro a Dios cuando todo lo que soy lo dispongo ante Él: Es triste saber que aún existen personas que no saben quiénes son, de dónde vienen y hacia dónde van, cuando basta solo con reconocer a Dios a través de su Hijo Jesucristo, quien dio su vida por todos nosotros para darnos la vida.
Pero lo que genera aún mayor desconsuelo, es ver como la mayoría de las personas a las que se les preguntan si creen en Dios, automáticamente su respuesta es sí, pero luego la realidad es otra; ni siquiera están seguros de qué son, es más, muchos no reconocen a Jesús como su Salvador. Entonces, ¿cómo es posible que se atrevan a decir que sí creen en Dios?
Dicen creer en Él pero nunca leen su palabra y prefieren dejarse llevar por enseñanzas tradicionales, metódicas o religiosas, que han adoptado de la sociedad como “doctrina santa”, cuando ésta nada tiene que ver con la doctrina que Jesús nos dejó como herencia en su legado, en “la palabra de Dios, la Biblia, el Antiguo y el Nuevo Testamento”. Si no leen la palabra de Dios, ¿cómo pueden estar seguros de que están cumpliendo su Voluntad y que realmente es a Él a quien están adorando?.
Antes de nada, no se trata solo de leer la palabra de Dios, pues quien lea la palabra de Dios sin la dirección del Espíritu Santo no está consiguiendo gran cosa, ya que todas las interpretaciones serían meramente humanas, y el Señor no nos dejó la palabra de Dios para alimentar la razón del hombre, sino para alimentar el Espíritu.
Toda la Palabra trata de Dios, Él es la razón de nuestra existencia, de nuestra adoración, entonces... ¿cómo vamos a adorar a Dios, si no lo conocemos?, ¿acaso tú puedes amar a alguien que no conoces?, es imposible. Existen muchas personas adorando algo o a alguien que creen que es Dios, pero no es así, no son conscientes de que cualquier adoración que no se ofrece al Señor, es ofrecida al enemigo, “Satanás”. La adoración no es una simple intención, la adoración se debe hacer con verdadera conciencia espiritual, porque es un momento sublime en el que estás agradando al Señor; entonces, ¿por qué no cerciorase a quién se le está adorando realmente? Si eres uno de los que quiere descubrir la verdad, es fácil, entrégale tu vida a Jesucristo, dile que te dé su Espíritu Santo y que sea Él quien te ayude a descubrir sus más preciados misterios.
La primera manera de adorar a Dios, es amándolo con todo nuestro ser, pero para poder amarlo tenemos que reconocer quién es Él; una vez tengamos esta maravillosa revelación, lo podremos adorar con todo lo que somos, con todo lo que tenemos, con todo lo que nos rodea, todo es de Él, vivimos por y para Él; la adoración a Dios es el propósito de nuestra existencia.
“Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento” Marcos 12:30 (Reina Valera 1960).
2. Adoro a Dios cuando me amo a mí mismo: Aún teniendo a Jesús en sus vidas, existen cristianos que se menosprecian a sí mismos. Pero Dios nos hizo, somos suyos, somos hechos a su imagen y semejanza, somos redimidos por Cristo Jesús, somos justos por su gracia, somos real sacerdocio, pueblo adquirido por Dios. Cuando dudamos de lo que somos, cuando nos rechazamos a nosotros mismos, estamos blasfemando la obra que Dios hizo de nosotros, estamos blasfemando su Santo Nombre.
“Fue así como Dios creó al ser humano tal y como es Dios. Lo creó a su semejanza. Creó al hombre y a la mujer”. Génesis 1:27 (Traducción Lenguaje Actual).
Una de las maneras en que adoramos a Dios, es primeramente, reconociendo que somos obras perfectas hechas por Él mismo, que somos el reflejo de lo que es Él, y por ello debemos sentirnos felices y orgullosos del linaje que llevamos, pues no pertenecemos a cualquier raza, somos nada más y nada menos que linaje escogido por Dios, somos coherederos con Cristo Jesús, somos obra hecha por Él. Entonces, es hora de que comprendamos nuestra situación, es hora de que le demos valor al título que tenemos como “hijos de Dios”.
3. Adoro a Dios cuando amo a los demás: Sí, somos hechos a semejanza de Dios, y cuando fuimos adoptados como hijos suyos mediante Jesucristo, nos debimos haber investido de su Espíritu Santo, quien nos ayudará a dejar atrás lo que éramos sin Él. “Con respecto a la vida que antes llevaban, se les enseñó que debían quitarse el ropaje de la vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos engañosos; ser renovados en la actitud de su mente; y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad”. Efesios 4:22-24 (Nueva Versión Internacional).
Una vez que nos revestimos del Espíritu Santo de Dios, empezamos a vivir según los frutos que provienen de esta vestidura. Este vestido de pureza comienza a verse reflejado en la forma en que tratamos a los demás, pues después de ponernos el ropaje del Señor, nuestros ojos empiezan a ver a los demás como nos ve Dios a nosotros, con ojos de amor y de misericordia. Esta es otra forma de adorar al Señor, andar de acuerdo a los frutos de su Espíritu y compartir con otros el amor que Él nos ha dado. ¿Quién puede resistirse al amor de Dios? nadie; pues de igual forma, ninguna persona se podrá resistir al amor que surge de nosotros porque ya no somos nosotros, sino que es Cristo Jesús quien habita en nuestro corazón; ya no son los frutos de la carne sino los frutos de su Espíritu Santo.
“Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio; contra tales cosas no hay ley. Pues los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu”. Gálatas 5:22-25 (La Biblia de las Américas).
Cuando amamos a Dios, es más fácil amarnos a nosotros mismos y amar a los demás, porque sin Dios, nuestra manera de amarnos y de amar a las otras personas siempre estaría condicionada por el amor que recibimos de parte de ellas. “Ama a tu prójimo como a ti mismo” Marcos 12:31 (Nueva Versión Internacional).
En conclusión, la mejor manera de adorar a Dios, es amándolo, amándonos a nosotros mismos y amando a los demás con el amor que Él nos da. La manera como le cantamos, le danzamos, le oramos, le conocemos a través de la palabra, etc., constituye el apasionamiento, la rendición que surge de la adoración constante que le ofrecemos a Él, nuestro Señor Jesucristo, digno de todo reconocimiento.
Sigamos el ejemplo que nos dan los niños: los niños son inocentes, transparentes, alegres, cariñosos, juguetones, tiernos, dulces, amorosos, apasionados, sinceros, etc., aprendamos de ellos y adoremos al Señor como si fuéramos unos niños, Él se deleitará. “Les aseguro que si ustedes no cambian y se vuelven como niños, no entrarán en el reino de los cielos” Mateo 18:3 (Dios Habla Hoy).
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