Sin embargo, el odio que es negativo, seguramente debe ser el que se dirige contra los demás. El Señor menciona el odio en el sermón del monte: "Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio" (Mateo 5:22). El Señor no solo nos manda que nos reconciliemos con nuestro hermano antes de ir ante Él, sino también que lo hagamos rápidamente (Mateo 5:23-26). El acto del asesinato mismo fue ciertamente condenado, mas el odio es un pecado del “corazón”; pero todo acto o pensamiento de odio es un acto de asesinato a los ojos de Dios, por el cual la justicia será demandada, posiblemente no en esta vida sino en el juicio final. Tan atroz es la posición del odio ante Dios, que para Él, un hombre que odia está caminando en la oscuridad, en contraposición a la luz (1ª Juan 2:9,11). La peor situación es la de un hombre que sigue profesando la religión pero permanece en enemistad con su hermano. Las Escrituras declaran que tal persona es un mentiroso (1ª Juan 4:20). Puede engañar a los hombres, pero no a Dios. ¿Cuántos creyentes viven durante años fingiendo que todo está bien, cuando van a ser hallados defectuosos porque han guardado enemistad (odio) contra un compañero o un creyente?
El odio es un veneno que nos destruye desde adentro hacia fuera, produciendo una amargura que corroe en nuestros corazones y mentes. Por esta razón, las Escrituras nos dicen no permitir que brote una “raíz de amargura" en nuestros corazones (Hebreos 12:15). El odio también destruye el testimonio personal de un cristiano, porque le quita la comunión con el Señor y otros creyentes. Seamos cuidadosos de hacer lo que el Señor aconsejó y mantener las cuentas claras con todos acerca de todo, sin importar cuán pequeño pueda ser el pleito, y el Señor será fiel en perdonar como Él ha prometido (1ª Juan 1:9;2:1).
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