La realidad me dice que soy una mujer normal de edad media, no muy distinta a millones de mi edad. A lo largo de mi vida he tenido una amplia variedad de empleos,
y ahora soy una Asistente ejecutiva.
Cuando obtuve mi primer empleo, y durante los siguientes quince o veinte años, fui llamada una “secretaria”. Ahora no se suele llamar así, no es totalmente correcto hacerlo así en la actualidad, y aunque nunca comprendí por qué había que cambiarlo, “ellos” lo hicieron.
Además de trabajar en una oficina, hubo otros empleos que incluyeron el de camarera y una amplia variedad de trabajos en fábricas, durante los veranos de mis años de escuela secundaria. Siempre le he dado a mi empleador lo mejor que tenía para ofrecer, permanecí leal, confiable y puntual, y trabajé 50 semanas de cada año.
Además del cheque al final de la semana, y aquellas dos gloriosas semanas al año que llaman “vacaciones”, la mayoría de los empleos han sido bastante mundanos, con recompensas que se olvidan a lo largo del día.
Sin embargo, hubo un empleo en particular que he mantenido los últimos 32 años, y que ha demostrado ser el más gratificante, el más satisfactorio y el más importante para mí.
Ese empleo me fue dado cuando me convertí en mamá. Siete años y once meses después de casarme, se me dio mi nuevo “empleo” envuelto en una sabanita rosada. Ashley Christine, como así se llama, seguida por su hermanita 23 meses después, crearon un empleo de por vida y tenía todas las trazas de ser el empleo soñado, aquel del que oímos a los demás hablar y envidiamos.
Como la recompensa que un ingeniero de la NASA debe sentir al completar una nave espacial que habrá de orbitar, he construido dos hermosas personas que me han dado mucho orgullo y felicidad, y que han cumplido mis sueños más allá de mi imaginación. Mientras otras mamás se quejaban de todo el trabajo, dinero y esfuerzo que invertían en criar a sus hijos, yo me deleitaba con él.
De mamita a mamá y a madre, cada paso del camino ha sido vivificante. Comenzando aún antes del primer paso sin aferrarse a la mesita del café, el cual fue seguido por los balbuceos de mamá y papá, los besos soplados, el caer dormidas en mis brazos, aquellas mañanas de Navidad, el primer día de aprender a nadar, soplando velitas de pastel de cumpleaños, el colegio, sus primeros besos, seguidos casi inmediatamente por su primera desilusión, los juegos de pelota, recitales de danzas, prácticas de porristas, aprendiendo a conducir un coche, fútbol de secundaria, el baile de graduación, la graduación, empaquetando para la universidad, comprando su primer coche, la graduación de la universidad, el regreso a casa, sus compromisos y planes de bodas,... fue todo un privilegio hacer mi trabajo y estar allí, orgullosa a cada paso del camino.
Cada día no fue solo una colección de 24 horas, sino otra oportunidad de hacer la diferencia… de enseñar y entrenar, de enseñar y aprender, y crecer junto a ellas.
Al estar sentada ahora en mi escritorio, moviendo papeles de un lado al otro, contestando llamadas telefónicas sin fin y observando el reloj esperando las 5 p.m., me detengo por un momento y sueño con todos esos preciosos recuerdos que me fascinaron y me mantuvieron viva día tras día, año tras año, mientras realicé el trabajo más grande de mi vida… el empleo de ser una Mamá.
Al estar sentada ahora en mi escritorio, moviendo papeles de un lado al otro, contestando llamadas telefónicas sin fin y observando el reloj esperando las 5 p.m., me detengo por un momento y sueño con todos esos preciosos recuerdos que me fascinaron y me mantuvieron viva día tras día, año tras año, mientras realicé el trabajo más grande de mi vida… el empleo de ser una Mamá.
Este pensamiento proyecta un mensaje que trasciende al Día de las Madres. En estos tiempos, en los que muchos parecen haber sido atrapados por una cultura de consumismo y competencia, por la búsqueda de logros y triunfos, por la realización de sueños y aspiraciones personales, este pensamiento nos llega como un soplo de aire fresco.
Sí, hay cosas más importantes que poseer un coche nuevo al año y cada año, una casa con todas las comodidades, una posición en la empresa en la que todos nos respeten y admiren, suficiente dinero en el banco para satisfacer no solo las necesidades de hoy sino también las del futuro (aunque no tengamos ni idea de lo que éste nos depara). Aunque ninguna de estas cosas es mala por sí misma, no llenarán jamás la vida de ser humano alguno. Sin embargo, el cumplir con la misión que Dios nos pone por delante en cada etapa de nuestra vida (aunque parezcamos ser la nota discordante en medio de la multitud),… eso sí que vale la pena.
Ojalá que sepamos valorarlo; pidámosle a Dios que nos dé mayor claridad sobre nuestras prioridades.
No hay comentarios:
Publicar un comentario