Situémonos veintiocho siglos atrás. En aquella época existía una gran ciudad llamada Nínive, la cual ostentaba sus riquezas a orillas del río Tigris (Norte de Irak). Era una ciudad pervertida, por ello Dios decidió juzgarla. Envió a Jonás, uno de sus profetas, para anunciarle la terrible noticia (Jonás 1).
El profeta no quería ir a proclamar ese mensaje. ¿Tenía miedo de que un pueblo indignado le hiciese daño? ¿Pensaba que Dios podría perdonar a ese pueblo? Y, ¿por qué perdonaría Dios a un pueblo tan corrompido? Jonás huyó a un lugar en donde nadie iría a buscarlo. Nadie… ¡excepto Dios, quien lo sacó de allí y le reiteró su orden! Jonás regresó, obedeció a Dios y proclamó: “De aquí a cuarenta días Nínive será destruida” (Jonás 3:4).
El profeta no quería ir a proclamar ese mensaje. ¿Tenía miedo de que un pueblo indignado le hiciese daño? ¿Pensaba que Dios podría perdonar a ese pueblo? Y, ¿por qué perdonaría Dios a un pueblo tan corrompido? Jonás huyó a un lugar en donde nadie iría a buscarlo. Nadie… ¡excepto Dios, quien lo sacó de allí y le reiteró su orden! Jonás regresó, obedeció a Dios y proclamó: “De aquí a cuarenta días Nínive será destruida” (Jonás 3:4).
¡Entonces sucedió un milagro! Los habitantes de Nínive se arrepintieron. Dios los perdonó y les levantó el castigo. “Vivo yo, dice el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva” (Ezequiel 33:11).
¿Qué enseñanza nos da este pasaje? Todas nuestras ciudades, mucho más que Nínive, así como toda la humanidad, están pervertidas.
Dios, quien perdonó a los ninivitas, y todavía perdona a los que se arrepienten antes de que sea demasiado tarde.
Y usted, ¿se ha arrepentido sinceramente ante Él? Ese Dios santo que no puede soportar el mal, también es un Dios de bondad que perdona en virtud de la muerte de su Hijo Jesucristo en la cruz.
“Así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente” (Lucas 15:7).
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