A través de toda la Escritura, se nos habla acerca de las consecuencias del orgullo. Proverbios 16:18-19 nos dice que, “Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu. Mejor es humillar el espíritu con los humildes, que repartir despojos con los soberbios.” Satanás fue echado del cielo por su orgullo (Isaías 14:12-15). Él tuvo la egoísta audacia de intentar reemplazar a Dios mismo, como el legítimo gobernante del universo. Pero Satanás será lanzado al abismo del infierno en el juicio final de Dios. Para aquellos que se levantan desafiantes contra Dios, no les espera nada más que el desastre, “Porque yo me levantaré contra ellos, dice Jehová de los ejércitos, y raeré de Babilonia el nombre y el remanente, hijo y nieto, dice Jehová.” (Isaías 14:22).
El orgullo ha impedido que mucha gente acepte a Jesucristo como su Salvador personal. El hecho de rehusar admitir el pecado y no reconocer que, en nuestras propias fuerzas no podemos hacer nada para heredar la vida eterna, ha sido una piedra de tropiezo para la gente soberbia. No debemos gloriarnos de nosotros mismos, y si queremos glorificar algo, debemos proclamar la gloria de Dios. Lo que decimos de nosotros mismos, no significa nada en la obra de Dios. Es lo que Dios dice acerca de nosotros, lo que hace la diferencia (2 Corintios 10:13).
¿Por qué es el orgullo un pecado tan grande? El orgullo es darnos el crédito a nosotros mismos por algo que Dios ha hecho. El orgulloso toma para sí, la gloria que solo le corresponde a Dios. El orgullo es en esencia una auto-adoración. Pero cualquier cosa que hayamos hecho en este mundo, no habría sido posible si Dios no nos hubiera permitido realizarla. Eso es por lo que le damos la gloria a Dios, porque solo Él la merece.
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