Estudiando el diezmo, vemos que es un concepto del Antiguo Testamento. El diezmo era un requisito de la ley, por el que todos los Israelitas ofrendaban al tabernáculo/templo el 10% de todo lo que ganaban y hacían crecer (Levítico 27:30; Números 18:26; Deuteronomio 14:23; 2ª Crónicas 31:5). Algunos toman el diezmo del Antiguo Testamento, como si fuese un método impositivo actual para suplir las necesidades de los sacerdotes y pastores actuales, como si fuera el sistema de Moisés. Pero en el Nuevo Testamento en ninguna parte se ordena o se recomienda que los cristianos se sometan a un sistema legalista de diezmar. Pablo declara que los creyentes deberían apartar una porción de sus ingresos a fin de dar soporte a la iglesia (1 Corintios 16:1-2).
El Nuevo Testamento no señala en ningún lugar, un cierto porcentaje de ingresos que se deba apartar, solamente dice que se ponga aparte algo “según haya prosperado” (1ª Corintios 16:2). La iglesia cristiana, básicamente ha tomado la figura del 10% del diezmo del Antiguo Testamento, y la ha aplicado como un “mínimo recomendado” para los cristianos en su ofrendar.
Sin embargo, los cristianos no deberían sentirse obligados a diezmar siempre. Deben dar de acuerdo a su capacidad, “según hayan prosperado”. Algunas veces eso significa dar más que un diezmo, y otras veces puede significar dar menos. Todo depende de los recursos del cristiano y de las necesidades de la iglesia. Cada cristiano debería orar diligentemente y buscar la sabiduría de Dios acerca de participar en el diezmo y de cuánto debería ofrendar (Santiago 1:5). “Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre” (2 Corintios 9:7).
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