Cuando Cristo miraba a las multitudes, las veía no como un grupo de individuos, en el que cada uno tenía que cuidarse de sí mismo, sino bajo la perspectiva de un grupo de personas, que habían sido abandonadas por aquellos que debían velar por sus necesidades.
Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Mateo 9:35
Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Mateo 9:35
El relato del evangelio continúa así, su actividad en ese tiempo: Al ver las multitudes tuvo compasión de ellas, porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor. Mateo 9:36
Al andar por lugares públicos de la ciudad, necesitaremos que Dios abra nuestros ojos para ver la verdadera condición de los que nos rodean.
Detengámonos un instante en la palabra "recorría". El término describe una de las actividades indispensables para hacer nacer un corazón pastoral. No existe la función de pastor de escritorio o de oficina, porque la vocación pastoral se cultiva conociendo de primera mano, la realidad del pueblo al cual se pretende ministrar. Sí que podemos incorporar a nuestra perspectiva ministerial, las observaciones de otros que conforman el cuerpo de Cristo, pero nada nos ayudará a evadir la responsabilidad de recorrer las calles y los barrios de nuestro lugar de ministerio. Solamente caminando entre las multitudes podremos conocer sus luchas, sus anhelos y sus tristezas.
Quizás usted resalte que, todos los días millones de personas se mueven por las calles de nuestras ciudades, sin percibir la necesidad de los que están a su alrededor.
Desde luego su observación es acertada. Transitar por los mismos lugares que el pueblo es el primer requisito para cultivar esa vocación pastoral, pero no es, de ninguna manera, la única. En nuestro andar por los lugares públicos de la ciudad necesitaremos además, que Dios abra nuestros ojos y toque nuestros corazones, para ver la verdadera condición de los que nos rodean. Cabe señalar que el Señor pretendía que, todos aquellos que ocupaban un lugar de autoridad en el pueblo poseyeran esta sensibilidad. Aunque suene raro a nuestros oídos modernos, en el Antiguo Testamento se usaba el término "pastores" para referirse a los gobernantes, porque se esperaba de ellos que cuidaran al pueblo buscando satisfacer sus necesidades. Precisamente por esta razón, encontramos en el capitulo 34 de Ezequiel, una durísima reprensión contra los gobernantes, porque no habían cumplido con su labor pastoral hacia el pueblo.
Cuando Cristo miraba a las multitudes, las veía con esta perspectiva: no como un conjunto de individuos en el que cada uno tenía que cuidarse a sí mismo, sino como un grupo de personas, que habían sido abandonadas por aquellos que debían velar por sus necesidades. Esta realidad no le indujo a denunciar a los "políticos", tal como se acostumbra en nuestro entorno. Jesús, más bien, fue movido a compasión por ellos. El caso es que, las denuncias rara vez producen cambios en la vida de las personas. En la mayoría de los casos, simplemente añade amargura a los corazones. Lo que sí podemos hacer es comenzar a preguntarnos qué acciones podemos emprender, en orden a aliviar la carga de la gente. Precisamente, el compromiso de buscar corregir la situación llevó a Cristo a proveer soluciones reales, "enseñando en las sinagogas de ellos, predicando el evangelio del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo".
Al andar por lugares públicos de la ciudad, necesitaremos que Dios abra nuestros ojos para ver la verdadera condición de los que nos rodean.
Detengámonos un instante en la palabra "recorría". El término describe una de las actividades indispensables para hacer nacer un corazón pastoral. No existe la función de pastor de escritorio o de oficina, porque la vocación pastoral se cultiva conociendo de primera mano, la realidad del pueblo al cual se pretende ministrar. Sí que podemos incorporar a nuestra perspectiva ministerial, las observaciones de otros que conforman el cuerpo de Cristo, pero nada nos ayudará a evadir la responsabilidad de recorrer las calles y los barrios de nuestro lugar de ministerio. Solamente caminando entre las multitudes podremos conocer sus luchas, sus anhelos y sus tristezas.
Quizás usted resalte que, todos los días millones de personas se mueven por las calles de nuestras ciudades, sin percibir la necesidad de los que están a su alrededor.
Desde luego su observación es acertada. Transitar por los mismos lugares que el pueblo es el primer requisito para cultivar esa vocación pastoral, pero no es, de ninguna manera, la única. En nuestro andar por los lugares públicos de la ciudad necesitaremos además, que Dios abra nuestros ojos y toque nuestros corazones, para ver la verdadera condición de los que nos rodean. Cabe señalar que el Señor pretendía que, todos aquellos que ocupaban un lugar de autoridad en el pueblo poseyeran esta sensibilidad. Aunque suene raro a nuestros oídos modernos, en el Antiguo Testamento se usaba el término "pastores" para referirse a los gobernantes, porque se esperaba de ellos que cuidaran al pueblo buscando satisfacer sus necesidades. Precisamente por esta razón, encontramos en el capitulo 34 de Ezequiel, una durísima reprensión contra los gobernantes, porque no habían cumplido con su labor pastoral hacia el pueblo.
Cuando Cristo miraba a las multitudes, las veía con esta perspectiva: no como un conjunto de individuos en el que cada uno tenía que cuidarse a sí mismo, sino como un grupo de personas, que habían sido abandonadas por aquellos que debían velar por sus necesidades. Esta realidad no le indujo a denunciar a los "políticos", tal como se acostumbra en nuestro entorno. Jesús, más bien, fue movido a compasión por ellos. El caso es que, las denuncias rara vez producen cambios en la vida de las personas. En la mayoría de los casos, simplemente añade amargura a los corazones. Lo que sí podemos hacer es comenzar a preguntarnos qué acciones podemos emprender, en orden a aliviar la carga de la gente. Precisamente, el compromiso de buscar corregir la situación llevó a Cristo a proveer soluciones reales, "enseñando en las sinagogas de ellos, predicando el evangelio del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo".
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