lunes, 9 de junio de 2014

Carta a Dios: Querido Dios, "No me sueltes"


“¡Quién me diese alas como de paloma! Volaría yo, y descansaría. Ciertamente huiría lejos; moraría en el desierto. Me apresuraría a escapar del viento borrascoso, de la tempestad”.
Salmos 55:6-8

Este silencio ensordecedor que aún me envuelve, más que envolverme me causa dolor. Me duele porque aunque sé que no es cierto, las circunstancias, muchas veces, me hacen pensar que tu mirada se ha desviado de mí. Quizá sea porque aún no logro ver la luz al final de este túnel oscuro que he estado transitando.
Pero aún así, sé que tu mano no me ha dejado de sujetar ni un minuto. Incluso cuando me pregunto si estás escuchando mis oraciones y pareciera que no es así, sé que sí, que me estás escuchando atentamente. Sé que es precisamente entonces, cuando tus ojos están más fijos en mí y tus oídos más atentos al clamor de mis súplicas. Lo sé más allá de mis sentidos y de lo que veo o percibo, porque sé que eres fiel y que me amas profundamente.

Sé que, a pesar de que muchas veces, no logro ni siquiera poder definirme o hablar por el muchísimo dolor que siento, que me provoca silencio y agotamiento, que Tú interpretas cada cosa que te dice mi casi moribundo corazón. Entonces le infundes vida y él vuelve a latir, a sobreponerse, a luchar y afrontar los retos que se le presentan.
Dios de mi vida, gran amor de mi corazón, luz de mi alma, no permitas que me suelte de tus manos. No permitas que transite el camino alejada de tu voluntad y propósito. No dejes que el miedo me desenfoque, ni que lo oscuro que parecen el camino y el viaje, me desvíen de lo que has determinado para mí. Porque yo sin ti sencillamente, soy un cachorro herido clamando desesperadamente por ayuda.

Señor, sin ti moriría clamando sedienta por un vaso de agua. Sin ti mis pétalos estarían marchitos, secos, tristes y caerían sin sentido a tierra. Mas yo, sin embargo, deseo ser esa flor que expida tu perfume y cuyos pétalos sanos reflejen tu belleza.

Dame tu serenidad, abrígame en tu pecho, afírmame con tus certezas. Condúceme siempre por tus sendas y haz que tu amor y gracia siempre prevalezcan en mí, más allá de todo, aún de mis propios deseos y pensamientos.

Con todo el amor de tu hija que te ama,


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