Philip era conocido en su pueblo como un
muchacho ateo que vivía burlándose de todos los que tenían fe en Dios.
En 1942 decidió escaparse de su casa. Después de vagar sin rumbo
fijo durante algún tiempo, comenzó a sentirse cansado y sediento. Entonces
divisó una pequeña choza y pensó pedir ayuda. Al llegar vio a una niña y Philip
se acercó para pedirle un vaso de agua, pero ella, al ver su estado, le pidió
que entrara para que también pudiera comer algo.
Philip fue atendido muy amablemente
por aquella familia. Hasta ese momento nunca se había sentido tan aceptado y
apreciado, por lo cual aceptó la invitación de quedarse a pasar la noche en esa
casa.
Al día
siguiente, cuando ya se despedía, vio que la niña se había levantado temprano y
estaba muy concentrada en su lectura.
Philip le preguntó: -¿estás preparando tu tarea? -No señor-,
contestó la niña, estoy leyendo la Biblia. Philip respondió, -¿Por qué lo
haces?, ¿acaso te impusieron como castigo leer unos capítulos al día? La niña
le respondió de inmediato: -¡no señor!, para mí leer la Biblia es un placer.
El trato que recibió de aquella familia y esa breve charla, tuvieron tal efecto en el corazón de Philip James Eliot, que le motivaron a
leer la Biblia. Esto, con el correr del tiempo, le llevaría a convertirse en un
valiente misionero dispuesto a arriesgar su vida, por predicar el Evangelio de
Jesucristo. Fue así, como en Enero de 1956 y desempeñando esta tarea,
tristemente fue asesinado por una tribu indígena en su país.
Es llamativo cómo la vida de Philip no fue
impactada por una elocuente predicación, ni por una gran campaña evangelística.
Lo que transformó su corazón y derribó todos sus argumentos ateos, fue
simplemente el amor de una familia. Un vaso de agua y un trozo de pan pudieron
mucho más que las palabras. Pablo escribe en 1° Corintios 13:1 “Si yo hablase lenguas
humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o
címbalo que retiñe”.
No importa lo elocuente que sea tu forma de evangelizar, si
tienes las suficientes bases científicas para demostrar un asunto, o si cuentas
con numerosos y poderosos recursos, porque si todas estas opciones no tienen el
sello del amor de Dios, serás como un objeto que suena sin ningún sentido.
¿Cómo es posible que hablemos del amor
que tuvo Jesús al entregar su vida por la humanidad, sin que tengamos nosotros
mismos ese amor por las personas que nos rodean?
Al igual que en la vida de Philip, el amor puede romper cualquier
barrera, de tal manera, que los hechos hablarán más alto que las palabras.
¿Queremos compartir el Evangelio?, ¿queremos llegar al que no conoce a
Jesús?..., comencemos por amar, por tener un corazón que sea capaz de aceptar al
diferente. Quizás, y como pasó con aquella familia, podamos impactar de amor a
alguien que nos rodea, para que luego podamos hacer que el evangelio penetre
hasta lo más profundo de su corazón.
Que el amor sea un sello indispensable cada vez
que presentes el Evangelio.
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