jueves, 8 de mayo de 2014

¿A dónde corres? - Reflexiones

Un amigo mío cuenta la historia de algo que sucedió mientras su papá estaba cazando ciervos en los bosques de Oregón.
Con el rifle acunado en el hueco de sus brazos, su padre iba por un antiguo camino de leñadores, casi borrado por la exuberante espesura. Caía la tarde y estaba pensando en regresar al campamento, cuando oyó un ruido en los arbustos cerca de él. Antes de que tuviera la oportunidad de levantar el rifle, un bultito castaño y blanco corrió hacia él a toda velocidad. Mi amigo se ríe cuando cuenta la historia.
Todo sucedió tan rápido, que papá apenas tuvo tiempo de pensar. Miró hacia abajo y allí estaba un conejito castaño, sumamente agotado, acurrucado contra sus piernas, entre sus botas. La cosita temblaba como una hoja, pero allí estaba sin moverse.
Era muy extraño. Los conejos silvestres tienen miedo de la gente, y ni siquiera es fácil llegar a ver alguno… mucho menos que uno venga y se siente a nuestros pies.
Mientras papá trataba de encontrarle explicación a aquello, otro actor entró en escena: Más abajo, una comadreja saltó al camino, y cuando vio a mi padre, que la consideraba su presa, el predador quedó congelado, con el hocico jadeante y los ojos de un rojo brillante.
Entonces, papá comprendió que había irrumpido en un pequeño drama de vida y muerte en el bosque. El conejito, exhausto por la persecución, estaba a sólo minutos de la muerte. Papá era su última esperanza de refugio. Y olvidando su natural recelo y miedo, el animalito instintivamente, se había pegado a él buscando protección ante los afilados dientes de su implacable enemigo.
El padre de mi amigo no lo decepcionó: alzó su rifle, apuntó y disparó al suelo, justo debajo de la comadreja. El animal pareció saltar en el aire casi un metro y entró disparado hacia el bosque de nuevo, a toda la velocidad que sus patas se lo permitían.
Durante un rato el conejito no se movió. Siguió echado allí, acurrucado entre los pies del hombre, mientras la tarde caía poco a poco, y él le hablaba suavemente.
¿A dónde fue, chiquitín? No creo que te moleste por un tiempo. Parece que esta noche te has librado de la trampa.
Y el conejito se fue saltando, alejándose de su protector para entrar en el bosque.
¿A dónde corres, amigo, en momentos de necesidad?
¿A dónde corres cuando te persiguen predadores como los problemas, las preocupaciones y los temores?
¿Dónde te escondes cuando tu pasado te persigue como un lobo implacable, tratando de destruirte?
¿Dónde buscas protección cuando las comadrejas de la tentación, la corrupción y la maldad amenazan con vencerte?
¿A dónde te vuelves cuando tu energía se agota… cuando la debilidad te embarga, y sientes que no puedes huir por más tiempo?
¿Te vuelves a tu protector, Aquél que esta firme con los brazos abiertos, esperando para que vuelvas y te refugies en la seguridad de todo lo que Él es?
Salmos 18:2
Roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fuerte mío, en él confiaré; Escudo mío, y el cuerno de mi salud, mi refugio.
Salmos 91:4
Con sus plumas te cubrirá, Y debajo de sus alas estarás seguro: Escudo y adarga es su verdad.
Salmos 9:9
Y será Dios refugio al pobre, Refugio para el tiempo de angustia.
Salmos 62:7
En Dios está mi salvación y mi gloria: En Dios está la roca de mi fortaleza, y mi refugio.
Salmos 139:7
¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia?
Si subiere a los cielos, allí estás Tú; y si en el seol hiciere mi estrado, he aquí, allí Tú estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, Aún allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra.

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