Moisés, Jack Nicholson, John Lennon, Alejandro El Grande, Gerald Ford, Charles Dickens, Nelson Mandela y muchos famosos más, tienen algo en común: fueron adoptados.
Los conocemos por sus logros artísticos, políticos y deportivos, y no sabemos casi nada de sus antecedentes, pero podemos deducir que, además de determinación y talento, tuvieron una familia que les acogió y guió por el buen camino, para que lograran ser lo que soñaban.
Pese a la importancia que estas personas tienen y han tenido, sin duda alguna, hace más de dos mil años sucedió la adopción más transcendental de la historia de la humanidad: Jesús, quien siendo Dios tomó forma de hombre y fue adoptado en una familia terrenal.
José y María tuvieron el corazón y los oídos atentos para ser parte del plan de Dios y aún sin ser los padres biológicos de Jesús, se encargaron de su crianza, de amarle, de guiarle por el buen camino para que pudiera cumplir con su misión.
Gracias a su sacrificio, ahora nosotros somos hijos de Dios, y nuestro Padre quiere darnos lo mejor, quiere que seamos todo aquello que nos hemos propuesto, y para lo que fuimos creados.
“Dios decidió de antemano adoptarnos como miembros de su familia al acercarnos a sí mismo por medio de Jesucristo. Eso es precisamente lo que él quería hacer, y le dio gran gusto hacerlo”. Efesios 1:5 (NTV)
Él decidió hacernos parte de su familia, nos eligió. No importa nuestro pasado; una vez que pasamos a ser parte de su familia, nuestras vidas se transforman y podemos alcanzar nuestros sueños, cumplir nuestro propósito.
Agradezcamos a Dios su amor infinito, al enviar a su Hijo a morir por nosotros y hacernos hacernos parte de su familia.
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