sábado, 22 de marzo de 2014

Uno como nosotros

A Jesús se le concede el honor de ser el sacerdote que nos representa ante Dios.
Porque todo sumo sacerdote tomado de entre los hombres es constituido a favor de los hombres en lo que a Dios se refiere, para que presente ofrendas y sacrificios por los pecados; para que se muestre paciente con los ignorantes y extraviados, puesto que él también está rodeado de debilidad; y por causa de ella debe ofrecer por los pecados, tanto por sí mismo como también por el pueblo. Hebreos 5:1-3.
La maraña de mentiras que confunden nuestra perspectiva llevó al profeta Jeremías a declarar: "El corazón humano es lo más engañoso que hay, y extremadamente perverso. ¿Quién realmente sabe qué tan malo es?" (17.9 – NTV). 
Aunque lo verdaderamente cierto y lo único a tener en cuenta es que, no lograremos librarnos de esa condición sin la ayuda de otro. Y para ello, el autor de Hebreos anuncia que contamos con el socorro de un Sumo Sacerdote. 
Para comprender mejor la función del sacerdote, extendámonos en la descripción del mismo. Contiene varios puntos de sumo interés:
En primer lugar, el sacerdote es escogido de entre los hombres. Este elemento subraya la importancia, ya mencionada, de que sea una persona íntimamente familiarizada con aquellos a quienes pretende ayudar. El socorro que llega sin un pleno conocimiento de la condición de quienes están necesitados, siempre fracasa porque aporta soluciones basadas en falsos análisis. El hecho de que haya sido escogido para esta tarea no deja lugar a dudas: no arribó a esta posición privilegiada por sus propios méritos o esfuerzo. Más bien, entre otros muchos pecadores, se le ha otorgado este maravilloso privilegio.

En segundo lugar, la función del sacerdote es representar al pueblo ante Dios. Es importante resaltar este punto, porque para demasiados líderes el pueblo existe para engrandecer sus propios nombres. La verdadera función del sacerdote, sin embargo, es llevar las cargas y las culpas del pueblo ante Dios. Es un intermediario que busca una intervención favorable a los sufrimientos de sus representados.
El sacerdote obra con misericordia porque está sujeto a las mismas debilidades que las personas a quienes ministra.

Una tercera característica, y quizás la más importante en esta descripción, es que el sacerdote puede y debe obrar con paciencia y misericordia hacia el pueblo, porque es consciente de estar limitado por las mismas debilidades que afectan a todos los seres humanos. Al observar la extrema dureza de los sacerdotes durante el ministerio de Jesús, vemos lo apartados que estaban de esta actitud de compasión. Tengamos en cuenta siempre, que el juicio implacable hacia otros es la primera manifestación de una actitud de superioridad frente a los demás.

Por todas estas razones el sacerdote era una figura reverenciada entre los israelitas, pues su tarea era vital para el pueblo. Nadie recibía tanto respeto como el Sumo Sacerdote. Sobre su persona recaía la sagrada tarea de entrar una vez al año, en representación del pueblo, al Lugar Santísimo. Allí, en presencia de Dios, ofrecía sacrificios para expiar su propio pecado y también el de Israel. Además de esto, a él le correspondía discernir la voluntad del Señor, sobre decisiones cruciales para el pueblo. Muchas veces lleg
aba a su respuesta empleando el Urim y el Tumim (Números 27.21).

Descubrir, entonces, que tenemos en Jesús la figura de un extraordinario Sumo Sacerdote, debe servir para llenar nuestros corazones de confianza y ánimo. El que nos socorre no es ningún otro que el mismo Hijo de Dios.  

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