Hay dos categorías de revelación, la general y la especial.
- La revelación general es lo que Dios comunica a toda la humanidad. El principal concepto de la misma es que Dios debe ser la causa o fuente de todo, es decir, puesto que las cosas existen, debe haber una causa para su existencia; por lo tanto, Dios también debe existir. Romanos 1:20 dice, “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa.” Todos los hombres y mujeres de todas partes, pueden ver la creación y, en consecuencia, deben saber que Dios existe. El Salmo 19:1-4 y siguientes, explica que la creación habla claramente de Dios en un lenguaje que todos entienden. “No hay lenguaje ni palabras, ni es oída su voz.” (Verso 3). La revelación de la naturaleza es clara. Nadie puede disculparse a sí mismo por ignorancia, ...¡vaya!, es que como nadie me lo dijo... No hay coartada para el ateo, y no hay excusa para el agnóstico.
Un aspecto que sirve además como ejemplo de la revelación general, que Dios ha revelado a todos, está en nuestra conciencia “…porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó.” (Romanos 1:19). La gente, por poseer una parte inmaterial, tiene conciencia de que Dios existe, aunque admitirlo sea muy difícil.
Este aspecto de la revelación general, está ilustrada por muchas historias de misioneros que se encontraron entre tribus nativas, quienes jamás habían visto una Biblia u oído de Jesús. Sin embargo, cuando se les presentaba el plan de salvación, ellos sabían que Dios existía porque sentían y veían la evidencia de Él en la naturaleza, y sabían que necesitaban un Salvador, porque sus conciencias les condenaban por su pecado y sentían necesidad de Él.
- Además de la revelación general, hay una revelación especial que Dios usa para enseñar a la humanidad acerca de Él Mismo y Su voluntad. La revelación especial no es para toda la gente, sino sólo para ciertas personas y en ciertas épocas. Hay muchos ejemplos de revelación especial en la Escritura: (Hechos 1:21-26, también Proverbios 16:33); el Urim y Tumim (un tipo especial de echar suertes, usado por el Sumo Sacerdote – ver Éxodo 28:30; Números 27:21; Deuteronomio 33:8; 1 Samuel 28:6; y Esdras 2:63), sueños y visiones (Génesis 20:3, 6; Génesis 31:11-13, 24; Joel 2:28), apariciones del Ángel del Señor (Génesis 16:7-14; Éxodo 3:2; 2 Samuel 24:16; Zacarías 1:12), y el ministerio de los profetas (2 Samuel 23:2; Zacarías 1:1). Con estas referencias no se pretende hacer una lista exhaustiva de cada acontecimiento, pero deben servir como buenos ejemplos de este tipo de revelación.
La Biblia, tal como la conocemos, es también una forma de revelación especial. Sin embargo, es de una categoría aparte porque proporciona otras formas de revelación especial que no vemos en la actualidad. Incluso Pedro y Juan, que juntos vieron a Jesús hablando a Moisés y Elías en el Monte de la Transfiguración (Mateo 17; Lucas 9), declararon que esa experiencia especial era inferior a “la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos.” (2 Pedro 1:19). Esto es porque la Biblia es la forma escrita de aquella, de toda la información que Dios quiere que conozcamos acerca de Él y Su plan. De hecho, la Biblia contiene todo lo que necesitamos saber para tener una relación con Dios.
Así que, antes de que la Biblia como la conocemos estuviera disponible, Dios usó muchos medios para revelarse a Sí Mismo y Su voluntad a la humanidad. Es asombroso pensar que Dios no usó sólo una forma, sino muchas para hacerlo. Nos hace estar agradecidos de que Dios nos haya dado Su Palabra escrita y la haya preservado para nosotros hasta el día de hoy. No vamos a estar a merced de alguien más que nos diga lo que Dios ha dicho. ¡Podemos estudiar por nosotros mismos lo que Él dijo!
Desde luego, la revelación más clara de Dios fue Su Hijo, Jesucristo (Juan 1:14; Hebreos 1:3). Cuando Jesús se hizo hombre para caminar en este mundo entre nosotros, ya eso sólo generó una enorme revelación. Y cuando Él murió por nuestros pecados en la cruz, ya no nos quedó ninguna duda de que Dios es amor (1 Juan 4:10).
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