viernes, 31 de enero de 2014

Un Mentor Inigualable


“Bendeciré a Jehová que me aconseja; aun en las noches me enseña mi conciencia”
Salmos 16.7
C.S Lewis, el gran apologista cristiano del siglo veinte, tuvo durante doce años de su vida la grata inspiración de Walter Frederick Adams, quien, como pocos, hizo aportes muy valiosos a su vida. Lewis le busca por primera vez cuando Adams ya tenía 71 años; y su relación con este veterano siervo de Dios fue fundamental para que le marcara pautas que, preservaron a Lewis de caer en la vanagloria y lo superfluo de la fama. Aunque Lewis siempre fue muy reservado para hablar de sí mismo, nos preguntamos ¿qué habría pasado si en 1940 Lewis no hubiera establecido amistad con Adams? ¿Qué derroteros habría tomado su vida ante la popularidad creciente que sus escritos tuvieron en aquellos años? Quizás la historia de su vida habría sido diferente. 
El éxito puede nublar la mente y sacar de nosotros lo peor, sin embargo Lewis pudo mantener un perfil de humildad durante toda su vida hasta su fallecimiento en 1963. Toda su existencia, desde su conversión a los 32 años, fue un proceso de crecimiento espiritual y reconocimiento de la grandeza de Dios, y Adams fue una persona clave en este proceso. Como también lo fueron desde su comienzo J. R. R. Tolkien y Hugo Dyson, quienes le condujeron a su conversión. También ayudaron en su crecimiento y formación unos cuantos hombres de Dios. Hombres que modelaron un carácter a los demás y ayudaron a Lewis construir el suyo.
La historia entre C.S. Lewis y Walter Frederick Adams es sólo un ejemplo de tantos, donde el mentor influyó determinantemente en el discípulo. Jetro y Moisés, Mardoqueo y Ester, Noemí y Rut, o Pablo y Timoteo, son todos ejemplos de la eficacia del mentor. Personas que fueron de influencia, que se implicaron en la vida de otros y les ayudaron a llevar el rumbo correcto.

Dios sabe que todos necesitamos de un mentor, alguien que nos entienda, que nos corrija nuestro carácter y nos ayude a perfilar nuestras acciones. Lo maravilloso es que Dios se ofrece para ser esa persona. Su promesa para nosotros es: “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos” (Salmo 32:8). Él tiene los consejos que necesitamos, el aliento que buscamos y la sabiduría que nos falta. Asaf, un salmista de la Biblia, reconoció que el consejo de Dios fue determinante para conducirse en esta tierra hasta arribar a la eternidad. Él escribió sobre Dios: Me has guiado según tu consejo, y después me recibirás en gloria (Salmo 73:24).
Nos conviene a todos tener mentores francos, juiciosos, personas que nos puedan asesorar en situaciones determinadas con acentuada precisión. Sin embargo, nadie es tan eficiente mentor como Dios. Él tiene la palabra adecuada para cada uno de nosotros. Sus dichos tienen la habilidad única de proporcionar vida a aquellos que la reciben con fe: “las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Juan 6:63).

No hay razón para zozobrar ante la confusión, si hacemos acopio de Sus promesas bíblicas. Ni hay por qué detenerse en el avance a la Tierra prometida, si Él nos ha garantizado su sabia compañía. Sólo hay que prestar atención al que todo lo sabe y ser dóciles al consejo del mentor sin igual del que nos habla la Biblia: Dios.

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