Desde hace tiempo, en la ciudad donde vivo, el transporte público de pasajeros tiene instrumentado un sistema de trasbordo. El pago del pasaje se realiza de forma electrónica por medio de una tarjeta chip y ésta permite utilizar y combinar dos circuitos diferentes, incluso de distintas empresas, por el valor de un sólo billete o pasaje.
Es muy interesante y ventajoso el servicio, ya que uno puede acceder y combinar dos recorridos distintos del modo en que mejor le convenga, de tal manera que puede bajarse del transporte lo más cerca posible de su destino con el valor de un solo billete.
Para muchos esto ha sido una bendición, ya que cada día deben abordar dos circuitos diferentes de distintas empresas, para poder llegar a su lugar de trabajo y otro tanto para poder regresar a casa, lo que presupone un gran gasto en transporte.
Pero aún de mayor bendición, es el hecho de que el que sufre de crisis de pánico-vértigo, esta posibilidad de combinación le permite bajar en determinados sitios, descansar, recuperarse y abordar uno nuevo, la mayoría de las veces incluso más cómodo, transporte para llegar a destino. Esto ocurre, independientemente de la posibilidad concreta de abordar un solo medio de transporte de ida y uno solo de vuelta para poder llegar a destino, lo que cualquier persona normal haría normalmente.
Y ya me había olvidado de esto, hasta que ocurrieron dos cosas: un día pude regresar a casa en un solo viaje, cosa que no es común ni habitual, y en otra oportunidad, otro día, me tocó lluvia en abundancia. En el lugar donde vivo llueve unos diez días al año. Pues bien, esa mañana bien temprano, cuando debía irme hacia mi trabajo, llovía. Al volver, no tener la incomodidad de bajarme y caminar hacia otro sitio, para esperar y abordar el nuevo transporte que me llevara de regreso a casa, por una parte, y tener que hacer esto en una mañana lluviosa, me hicieron sentir la diferencia, además de provocar la presente reflexión.
En muchas oportunidades me ha tocado sufrir incomodidades de diversa índole. Algunas más prolongadas que otras; algunas muy desagradables y otras más difíciles aún.
No importa si es una situación familiar, de trabajo, con un vecino; o si la incomodidad es una avería o carencia en casa; tampoco importa si se trata de alguna enfermedad o limitación física, no demasiado prolongada ni dolorosa, claro está.
De más está decir que de esta lista de “incomodidades” están excluidas, entre otras cosas, hechos de violencia, abusos, eventos trágicos y enfermedades crónicas y prolongadas que traen gran sufrimiento a nuestras vidas y a las de los que nos rodean.
El caso es que yendo hacia atrás en el tiempo, descubrí que los más logrados escritos, los que de mayor bendición han sido para los demás, han nacido de circunstancias difíciles en mi vida, y en la de cualquier escritor, por supuesto.
Porque cualquier circunstancia difícil y su grado de incomodidad, te saca de la zona de confort en la que te encuentras y te pone a crear la estrategia para solucionar el problema y salir adelante. Por otro lado, si se comparte con los demás en la forma y por los medios adecuados, resulta ser el arte de convertir lo malo en algo bueno, sirve de edificación y te convierte en una bendición para los demás… aunque esto en lo personal tal vez resulte algo “incómodo”.
Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.
(Romanos 8:28 RV60)
No hay comentarios:
Publicar un comentario