miércoles, 9 de octubre de 2013

La trampa de la zanahoria - Devocional - Vídeo

“Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago”
(Romanos 7:15)
El viejo truco de hacer que un caballo avance en una dirección determinada usando una zanahoria sigue funcionando. Se lo digo yo, que aunque no soy domador de caballos, sí he estado relacionado con ellos durante toda mi vida, y provengo de una larga genealogía de granjeros del occidente de Cuba. Por lo que cada verano me iba a casa de mis abuelos a pasar las vacaciones y disfrutar de la exuberante campiña tropical. ¿Nuestro medio de transporte?, los caballos nacidos y criados generación tras generación en las propiedades de mi familia. 
Muy pronto aprendí que los caballos suelen ser tercos, y que en ocasiones cuesta persuadirles para realizar determinadas tareas, como pasar por un sitio embarrado o tirar de una carga en particular. De nada sirve la fusta, el arreo, o la hipnosis. Hay que recurrir a un plan más astuto. Para estos casos coja una zanahoria, una manzana o una guayaba y acérquesela, verá que el resultado será inmediato. El equino irá a donde usted le diga y caminará sobre afiladas rocas cual faquir experto, si fuera necesario. Hará lo que no quiere hacer seducido por el olor y la vista. Hará un trueque y cambiará su voluntad por un mordisco hipotético, por un olor distante y un sabor sin conseguir. Así son los caballos y siempre ocurre lo mismo. Siguen el patrón de una conducta permisiva asumida por el animal, como norma de una total esclavitud.
¿Y qué hay de nosotros? Suele pasar que las penurias más severas pueden disuadirnos de nuestro deseo de glorificar a Dios. Las batallas más formidables nos tienen sin cuidado. La tribulación repentina, que nos duele, queremos volverla a nuestro favor, pero el aroma de una zanahoria fresca nos seduce y trastorna. Se trata de la visualidad ufana de lo prohibido, del mordisco supuesto. El sabor codiciado ha derribado a experimentados soldados. Ha cambiado su rumbo por un alocado deseo que conduce a la esclavitud del pecado. Satanás alterna sus armas para conseguir la deshonra de sus oponentes, no escatima recursos para arrastrar sobre rocas a sus adversarios. Te machacará una vez creas a la mentira, usará espejismos seductores e ilusorias promesas de gratificación, que no son más que medias verdades ponzoñosas.
¿Y qué hacer, pues, ante el atractivo señuelo de la discordia, del alboroto? La pregunta suele plantearse a veces demasiado tarde y más como una queja que como una solicitud de auxilio. Primero, no puede perderse de vista que todo es un elaborado engaño, una trampa siniestra para atrapar a incautos. No compre la mercancía del infierno. Satanás es un buhonero que dice que sus baratijas son tesoros. ¿No sospecharía usted si le venden un rolex por unos pocos céntimos, o un Mercedes Benz por el precio de un horno microondas? No hay bondad en el estafador, todo es un plan para robar tu alma; el pecado es un timo, un robo con tu consentimiento. En segundo lugar, no modifiques tus convicciones, no cedas a tus emociones cambiantes. Al pecado no se le puede ni se le debe dar otra respuesta que: “lo que escrito, escrito está”. No puedes razonar con la tentación, no puedes establecer un diálogo filosófico con lo vil. Has de repudiarlo con vehemencia.


¿Y qué ocurrirá ahora, que ya he ido tras el falseado regalo del placer del pecado? Sólo dos caminos quedan por tomar. O permaneces obcecado en perseguir lo vano y perecedero, o cambias de rumbo con un arrepentimiento sincero. Esta última opción es la única viable para recuperar la dicha perdida. ¿Vale un momento de placer lo suficiente como para mancillar el santo lecho matrimonial? ¿Cambiarás unos instantes banales por la eternidad? En este terreno se juega todo. Ser libre tiene el precio de ser responsable.

¿Qué le diremos a nuestros hijos?, ¿qué mensaje transmitiremos a las siguientes generaciones? ¿Qué hay de nuestras conciencias? Vivir culpable es vivir apresado en un infierno de frustración y desasosiego. La renuncia es el único camino. La auto negación, en el siglo del narcisismo, es un sendero aberrante para los pecadores, pero la única senda posible para los que quieren ser santos. Hoy puede ser un  nuevo comienzo, puedes ser perdonado si has pecado, o reafirmarte en estas verdades si estás siendo seducido. Pase lo que pase, sientas lo que sientas, veas lo que veas, no vayas detrás de la zanahoria, sino que, puestos los ojos en Jesús, avanza hasta alcanzar todo aquello que Dios ha preparado para ti. Con Dios no hay trampas, no hay vericuetos engañosos ni finales sombríos, todo en Él es auténtico e imperecedero.

 

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