Según leí, cuando la Western Union le pidió al inventor y científico, Thomas Edison: “proponga un precio” por el teletipo que había inventado, Thomas Edison les pidió varios días para pensarlo. Una vez en su casa, su esposa le sugirió que pidiera unos 20 mil dólares, pero el científico consideró que esa cantidad era exorbitante.
Así es que, llegado el día y la hora acordada, fue a la reunión todavía no muy seguro de la cantidad que iba a pedir. Cuando el oficial le preguntó el precio, él trató de decir 20 mil, pero dudó y las palabras no le salieron. Finalmente el oficial rompió el silencio y le preguntó: “Qué le parecen 100 mil dólares?” Era una cantidad por encima de lo que tenía planificado, y por supuesto que aceptó.
Queridos hermanos: muchas veces el silencio puede evitar que nos veamos en una situación embarazosa. ¿Recordáis cuando Jesús les revelaba a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y sufrir muchas cosas, porque era necesario que le dieran muerte y que al tercer día resucitaría? … Pues Pedro, tan emotivo como era, sin pensarlo dos veces dijo:
—¡De ninguna manera, Señor! ¡Eso no te sucederá jamás! Entonces Jesús, se volvió a Pedro y le reprendió con duras palabras, diciéndole:
—“¡Aléjate de mí, Satanás! Quieres hacerme tropezar; no piensas en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.” Y es que Pedro, aunque amaba a Jesús, no podía entender el Plan Divino de la redención, y por ello dijo lo primero que su lógica terrenal le indicaba.
Entonces, cuando nos sintamos movidos a expresar una opinión, midamos el impacto de nuestras palabras y entre menos digamos, mejor. En muchas ocasiones podríamos meternos en dificultades por expresar lo primero que se nos viene a la mente, sin tener en cuenta que podríamos decir algo de lo que después nos podríamos arrepentir.
Recordemos que, entre las cosas que jamás regresan, al igual que la flecha una vez lanzada, o la oportunidad perdida, está la palabra dicha.
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