viernes, 20 de septiembre de 2013

Gandhi y su decepción de los cristianos - Ánimo en mensaje - Vídeo

Mahatma Gandhi (1869-1948) pensador, filósofo y estadista de la India, fue un gran conocedor de las enseñanzas de Jesús. Sin embargo no confiaba en sus modernos seguidores. Entre las  frases de su autoría, recogidas por la historia, están:  
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“Me gusta tu Cristo, pero no me gustan tus cristianos”.  
“Yo sería cristiano si no fuera por los mismos cristianos”.

Gandhi sustentaba su decepción de los cristianos, manifestando que Europa, por ejemplo, era cristiana únicamente de nombre; que en realidad adoraban a Mammon, el dios del dinero. En otra oportunidad afirmó que no conocía a nadie que hubiera hecho más por la humanidad que Jesús, pero que el problema eran los cristianos, quienes, según sostenía, no se esforzaban en aplicar sus propias enseñanzas.

Uno de sus biógrafos cuenta, que Gandhi en sus días de estudiante se impresionó tanto al leer los evangelios, que tomó la determinación de bautizarse y ser miembro de una iglesia cristiana. Consideraba que en el cristianismo estaba la solución a los prejuicios raciales y a las diferencias de casta que afectaban a la India y al África del Sur. Con este propósito, un domingo por la mañana fue a una iglesia cercana, planificando después del culto, hablar con el pastor. Pero cuando entró en el templo, la "comisión de recepción" se negó a darle un asiento, sugiriéndole que se fuera a una iglesia de... negros. Gandhi salió de aquel templo para no volver nunca más.

Queridos amigos que nos visitáis: Quienes de alguna manera hemos aceptado servir al Señor, debemos cuidar como nunca nuestro testimonio, pues los ojos de muchos están puestos sobre nosotros; unos, esperando que fallemos para saborear nuestra caída, y otros, entre ellos nuestra propia familia, para en algún momento seguir nuestros pasos, y hasta ponernos como ejemplo. Por ello, si fracasamos, pasamos a ser obstáculos en su camino espiritual. Esto significa que un descuido, un resbalón o una falta nuestra, podrían ser suficientes motivos para que uno o varios, rechacen, renieguen e incluso se burlen de Dios y de su  Evangelio.

El Señor Jesucristo advirtió:  ¡Ay del mundo por las cosas que hacen pecar a la gente! Inevitable es que sucedan, pero ¡ay del que hace pecar a los demás! (Mateo 18:7)

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