O´Henry narra en uno de sus cuentos, cómo una niña francesa de once años, llamada Marie, fue diagnosticada con tuberculosis, a principios del siglo pasado. La madre, desesperada, intenta animarla de todas las maneras posibles, baja la cama de la niña al salón de su vieja casa parisina y la coloca junto a la ventana que da a un jardín y a un edificio. Estaba comenzando el crudo invierno, y según el médico, las posibilidades para recuperarse de una enfermedad como esta, y en un clima tan desfavorable, dependían más de que la niña luchara, que de los medicamentos que él podía prescribir. Si resiste hasta la primavera, dijo el doctor,... la niña sobrevivirá.
Los primeros rayos de la primavera iluminaron a la hoja marrón verdosa y la niña sonrió de felicidad. Unos pocos retoños se veían en el tallo de la enredadera, la vida brotaba otra vez. El buen clima ayudó a su pronta recuperación y el doctor dejó que en pocos días la niña saliera al aire puro, casi completamente sana. Ella fue al edificio de enfrente y preguntó por el pintor. La casera le dijo que llegaría en unas semanas, pero que antes de partir había dejado una carta para ella. En la carta le hablaba de su pronto regreso y de que pidiera a la casera la llave y tomara todos sus colores y pinceles, que se los regalaba todos, y además le decía que practicara hasta que él regresara, para hacerlo juntos. La niña, dando saltos de alegría, entró a la habitación, y después de tomar las cosas, abrió la ventana para saludar a la hoja valiente. Entonces se dio cuenta, que la hoja estaba sobre el ladrillo, en el suelo, y la del árbol era una pintura que su amigo el pintor había pintado para ella.
Cuando leí este relato por primera vez, se dibujó ante mí una completa analogía. El doctor, la niña, la madre tierna, el pintor, la esperanza que parece apagarse con cada hoja que cae.... Todo me recordaba verdades excelsas. Luchamos contra poderosas fuerzas espirituales y vivimos en un mundo que no entendemos ni podemos explicar. La zozobra quiere atraparnos con sus tentáculos de dolor y desconcierto, pero ahí aparece el recuerdo del pintor que se fue y que prometió que volverá. Por otra parte, con cada hoja que cae, con cada traición, injuria, con cada suceso desafortunado, la esperanza de un tiempo mejor parece empañarse. Diviso, no obstante, que la hoja permanece cuando otras cayeron. No todo es invierno, no todo es infortunio.... Está el médico solícito, la madre fiel, el pintor amigo con sus enseñanzas y regalos. Ya no pienso tanto en las hojas que se caen, sino en la que sigue ahí.
La primavera llegará, Jesús volverá. Ahora intento hacer lo que me enseñó. Me ocuparé en ello hasta su venida. Ahora sé que si algo permanece, es porque lo hizo Él. Yo también he visto la pintura en la pared, mientras sujeto feliz los regalos que me ha hecho. He descubierto que en un mundo falible y perecedero, Dios ha decidido pintar murales de esperanza y ningún invierno podrá con esto.
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