jueves, 26 de septiembre de 2013

El pintor de esperanzas - Devocional

O´Henry narra en uno de sus cuentos, cómo una niña francesa de once años, llamada Marie, fue diagnosticada con tuberculosis, a principios del siglo pasado. La madre, desesperada, intenta animarla de todas las maneras posibles, baja la cama de la niña al salón de su vieja casa parisina y la coloca junto a la ventana que da a un jardín y a un edificio. Estaba comenzando el crudo invierno, y según el médico, las posibilidades para recuperarse de una enfermedad como esta, y en un clima tan desfavorable, dependían más de que la niña luchara, que de los medicamentos que él podía prescribir. Si resiste hasta la primavera, dijo el doctor,... la niña sobrevivirá.
William Sydney Porter.jpgAllí, junto a la ventana, en un aislamiento forzoso, la niña descubrió una enredadera que cubría parte de la pared del edificio de enfrente y cuyas hojas se iban marchitando y cayendo. Le dijo a su madre que creía firmemente que cuando cayera la última hoja, su vida también se acabaría. La madre insistió en que no, que la enredadera tenía muchas hojas y que muchas de ellas aguantarían hasta los retoños de la primavera. Pero las hojas iban cayendo, porque el invierno no tiene en cuenta ni cree las promesas de una triste madre. Entonces Marie vio a un joven pintor en el tercer piso, donde tenía su estudio. Sorprendida y extasiada, se quedaba horas mirando cómo pintaba imágenes de París, Notre Dame, Montmartre, el Mouling Rouge y otras.
Entonces, su madre vio una rara luz en la mirada de la niña. Habló con el pintor y le ofreció dinero para que visitara a su hija y le enseñara a dibujar. El joven, compasivo, sin darle ninguna importancia al ofrecimiento monetario, bajó a conocer a la enferma y a enseñarle a pintar en telas, a usar los carboncillos y a practicar con los colores. Una peculiar amistad surgió, y Marie le contó a su nuevo amigo sobre la enredadera, sobre su miedo a la muerte cuando su última hoja cayera. De miles de hojas que había hace poco, le dijo, sólo quedaron veinte, y ocho después de la tormenta de anoche. El joven pintor le aseguró que tales asociaciones no eran buenas y le comunicó que debía ir a América, a una exposición. Marie pensó que el mundo se le venía encima. Pero él le dijo que volvería en mayo y que durante ese tiempo practicara sus dibujos y con la escala de colores. Y añadió que en mayo irían a pintar fuera, en la campiña.
O´Henry relata que el joven se fue y las hojas siguieron cayendo hasta quedar tres,... luego una. La sensación de la inminente muerte sobrecogió a la niña y lloró, mientras su mamá la arropaba y evitaba que su hija la viera llorar. Esa es la hoja campeona, resistirá, le dijo la madre reprimiendo el llanto. Y la hoja resistió, quedó allí después de una tormenta de nieve, de la lluvia y del inclemente invierno.
Los primeros rayos de la primavera iluminaron a la hoja marrón verdosa y la niña sonrió de felicidad. Unos pocos retoños se veían en el tallo de la enredadera, la vida brotaba otra vez. El buen clima ayudó a su pronta recuperación y el doctor dejó que en pocos días la niña saliera al aire puro, casi completamente sana. Ella fue al edificio de enfrente y preguntó por el pintor. La casera le dijo que llegaría en unas semanas, pero que antes de partir había dejado una carta para ella. En la carta le hablaba de su pronto regreso y de que pidiera a la casera la llave y tomara todos sus colores y pinceles, que se los regalaba todos, y además le decía que practicara hasta que él regresara, para hacerlo juntos. La niña, dando saltos de alegría, entró a la habitación, y después de tomar las cosas, abrió la ventana para saludar a la hoja valiente. Entonces se dio cuenta, que la hoja estaba sobre el ladrillo, en el suelo, y la del árbol era una pintura que su amigo el pintor había pintado para ella.

Cuando leí este relato por primera vez, se dibujó ante mí una completa analogía. El doctor, la niña, la madre tierna, el pintor, la esperanza que parece apagarse con cada hoja que cae.... Todo me recordaba verdades excelsas. Luchamos contra poderosas fuerzas espirituales y vivimos en un mundo que no entendemos ni podemos explicar. La zozobra quiere atraparnos con sus tentáculos de dolor y desconcierto, pero ahí aparece el recuerdo del pintor que se fue y que prometió que volverá. Por otra parte, con cada hoja que cae, con cada traición, injuria, con cada suceso desafortunado, la esperanza de un tiempo mejor parece empañarse. Diviso, no obstante, que la hoja permanece cuando otras cayeron. No todo es invierno, no todo es infortunio.... Está el médico solícito, la madre fiel, el pintor amigo con sus enseñanzas y regalos. Ya no pienso tanto en las hojas que se caen, sino en la que sigue ahí.

La primavera llegará, Jesús volverá. Ahora intento hacer lo que me enseñó. Me ocuparé en ello hasta su venida. Ahora sé que si algo permanece, es porque lo hizo Él. Yo también he visto la pintura en la pared, mientras sujeto feliz los regalos que me ha hecho. He descubierto que en un mundo falible y perecedero, Dios ha decidido pintar murales de esperanza y ningún invierno podrá con esto.

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