Vemos a varios levantarse; de alguna manera lo único que sentimos es celos y menosprecio. Siempre nos sentimos desanimados y negativos, hemos olvidado por completo cómo vivir.
Cada día es como una pesadilla, nos sentimos literalmente atados a una cadena. Nadie se fija, a nadie le interesa, nadie que quiera hacer el esfuerzo de soportarlo.
Todo lo que hice fue sentir una vibración en todo mi ser, pero cuando oí un cierto sonido, el sonido de la risa de un bebé, tan libre y sin dolor o ira, recibí una ráfaga repentina de paz que ha hecho congelar mi mente y mi cuerpo. Levanté la mirada y observé el cielo y me pregunté: ‘¿por qué?’
¿Por qué desperdiciar esta preciosa vida mía no siendo apacible y no sintiéndome bien, en vez de reír y disfrutar como aquel bebé?
¿Por qué no Ignorar los insultos, dejar a un lado el dolor, y pensar en lo vanas que son las cosas?; ¿olvidar todas las cosas irrelevantes y hacer que mi vida valga la pena vivirla?
¿Por qué no amar a la gente, respirar el aire, dejar cada día como si no nos importase? ¿No estresarnos, sonreír ante nuestros críticos porque no hay nada en este mundo que no podamos componer? Un corazón roto, una parte que falta… ¡dejémoslo todo atrás y démonos un nuevo comienzo!
Ese día me di cuenta de algo que cambió por completo mi manera de vivir. El sol se pone para volverse a levantar de nuevo. La vida es una bendición y no una pesadilla.
Este pensamiento, probablemente producto de la reflexión ante una crisis existencial, no deja de tener un claro mensaje de aliento a cada uno de nosotros.
Seguro que la mayoría de nosotros le damos demasiada importancia a lo que los demás piensan de nosotros. De hecho, llegamos a convencernos de que nuestra valía depende de la estimación de los demás, olvidando que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios y que nuestro valor nos es intrínseco, propio, esencial. Y cuando tenemos una relación personal con el Señor Jesucristo, ese valor nuestro es afirmado y potenciado para los propósitos de Dios en nuestra vida. Entonces, ¿qué nos podrá hacer frente?
¿Qué nos podrá separar del amor de Dios y sus planes para nosotros? Como concluía el apóstol Pablo: ¡absolutamente nada ni nadie podrá hacerlo jamás! Pero tal vez no nos sentimos de esa manera, sino que atravesamos una crisis como la anterior. Si es así, ¿por qué no hacer un tiempo este fin de semana y congregarnos para permitir al Señor hablarnos, mientras le adoramos de manera corporativa? Seguro de que saldremos no sólo con una visión renovada del futuro, sino con nuevas fuerzas para ir en pos de él.
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