viernes, 5 de julio de 2013

Arrebatando bendiciones - Devocional

En el lugar donde vivo llueve muy pocas veces al año. Pero cada vez que lo hace, la lluvia tiene una forma muy particular de anunciarse, y es con una característica brisa que huele a ozono. Cuando esta fina y fresca brisa llega, ya no hay ninguna duda de que la lluvia no se va hacer esperar.
Con frecuencia, comparamos las lluvias con las bendiciones que provienen del cielo, de Dios. De hecho, en las Escrituras hallamos unos cuantos ejemplos de la lluvia como una bendición de parte de Dios.
Sin embargo, también hallamos en la Palabra que así como sale el sol para el bueno y para el malo, también llueve tanto para uno como para otro. Que ser creyentes y justificados en su infinita gracia, no implica una póliza de garantía de que la adversidad nunca se hará presente en nuestras vidas (Eclesiastés 7:13 y 14; 8:14; 9:2 y 3). Pero sí implica que nada de lo que nos acontezca, lo será sin antes haber pasado por las manos de nuestro amado Dios.

¿Qué hace la diferencia entonces?


Hay sueños que anhelamos intensamente. Hay sueños que perseguimos toda una vida con pasión e incansable trabajo. Sin embargo, a pesar de nuestros denodados esfuerzos y oraciones, esas bendiciones no sólo parece que nunca llegan, sino que todo hace parecer como si cada vez estuvieran más lejos. Porque a menudo tendemos a confundir la lluvia, que es para todas las criaturas de este mundo, buenos y malos, justos y pecadores, con las bendiciones de Dios para sus hijos.
Nuestro amado Dios tiene bendiciones “a medida” para cada uno de nosotros. Tal vez no siempre coinciden con nuestros más fervientes deseos o con lo que esperamos toda la vida, pero son bendiciones que a menudo no sabemos ver y es tarea y responsabilidad nuestra discernirlas, correr y hacer el esfuerzo necesario para ir en pos de ellas y tomarlas. Literalmente arrebatárselas al Enemigo, que acecha como león rugiente buscando a quién devorar (I Pedro 5:8).

“Quien vigila al viento, no siembra; quien contempla las nubes, no cosecha.”

(Eclesiastés 11:4 NVI1984)

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