El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida (Juan 8:12).
La mujer está parada en el centro del círculo. Los hombres que la rodean son líderes religiosos. Fariseos es como les llaman. Autodenominados guardianes de la conducta. El otro hombre, el de las vestiduras sencillas, el que está sentado en el suelo, el que está mirando al rostro de la mujer, es Jesús.
Jesús ha estado enseñando. La mujer ha estado engañando. Y los fariseos tienen la intención de detenerles a ambos.
"Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio" (Jn.8:4). En un abrir y cerrar de ojos es arrancada de la privacidad y lanzada al espectáculo público. Nada puede esconder su vergüenza. Desde este instante en adelante será conocida como la mujer adúltera. Cuando vaya al mercado las mujeres susurrarán. Cuando pase, las cabezas girarán.
"En la ley, Moisés nos ordenó apedrear a tales mujeres. ¿Tú qué dices?" (versículo 5).
¿Qué hace Jesús? Jesús escribe en la arena. Y mientras escribe dice: Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra (v.7).
Los jóvenes miran a los ancianos. Los ancianos ven dentro de sus corazones. Son los primeros en dejar caer sus piedras.
Mujer, ¿dónde están? ¿Ya nadie te condena? Ella responde: Nadie, Señor.
Entonces dice Jesús: Tampoco yo te condeno. Ahora vete, y no vuelvas a pecar (vs.10-11).
Si alguna vez se ha preguntado cómo reacciona Dios cuando usted falla, observe con mucha atención. Él está escribiendo. Está dejando un mensaje. No en la arena, sino sobre una cruz. No con su mano, sino con su sangre. Su mensaje consta de dos palabras: No culpable.
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