Él nos dio vida cuando estábamos muertos
Efesios 2: 4-7
“Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús”
Qué enorme amor con el que Dios nos amó, que aun nosotros siendo pecadores, Él tuvo a bien enviar a su único Hijo a morir por nosotros.
Ninguno de nosotros era merecedor de esta misericordia de Dios, ni mucho menos que alguien tuviera que pagar el precio por nuestras malas acciones, pero aun con todo esto, Dios nos dio ese regalo hermoso que se llama perdón.
La Palabra de Dios es clara en mencionar que estábamos muertos en el pecado, y es que la paga del pecado es la muerte, mas la dádiva de Dios vida eterna.
Cada uno de nosotros, por muy buenos que creyéramos que éramos, estábamos muertos en pecados. No distinguíamos entre lo bueno y lo malo, sino que vivíamos la vida como creíamos conveniente, sin darnos cuenta de que la voluntad de Dios es perfecta para nuestra vida y no tiene nada que ver con el pecado, sino con la santidad.
Íbamos camino a una perdición eterna, nuestro andar era de lo peor, no había otra cosa en nuestra vida que no fuera el pecado, vivíamos según las corrientes de este mundo sin una verdadera brújula que nos mostrara el camino correcto; al contrario, cada día nos hundíamos más y más, y en nuestro corazón existía un vacío inmenso, de esos que nada material o nada humano puede llenar.
Fue así hasta que Dios nos vio y quiso darnos redención, un perdón total a pesar de que muchas de nuestras acciones no lo merecían, pero es que Dios no nos ve como somos, sino cómo podemos ser.
Nadie daba nada por nosotros, estábamos destituidos de la Gloria Eterna, pero nuestro Padre, a través de su Hijo, quería reconciliarnos, darnos valor y hacernos coherederos juntamente con Cristo Jesús.
¡Cuán valiosa sangre!, sangre que nos da la vida; esa muerte de un varón perfecto, sin mancha, sin pecado alguno, fue la llave que abrió el camino hacia nuestra salvación.
Hoy en día podemos gozar de una vida diferente, llena de un gozo perpetuo y nada pasajero, la convicción de que a nuestro lado tenemos al Poderoso de Israel y que junto a Él somos más que vencedores e invencibles, porque Él nos ha dado la VICTORIA.
Nuestro precio es el más alto nunca antes pensado, valemos la Sangre de Cristo y ahora somos propiedad del Señor, así que el que quiera meterse con nosotros, se mete primero con Él.
Fuimos rescatados del camino de la perdición y ahora vamos hacia el camino de la perfección y vida eterna. ¡Qué dichosos somos hoy!
Hoy, como todos los días, tenemos una buena oportunidad de agradecer a Dios por la oportunidad que nos da, de poder gozar de ese privilegio tan grande de haber sido hechos hijos de Dios por medio de Cristo Jesús, Señor nuestro.
Valoremos cada día de nuestra vida ese sacrificio tan grande que Jesús hizo por amor a nosotros; retribuyámoselo a través de una vida que busque a cada momento agradar a Dios y con ello hacer de este sacrificio un valioso tesoro.
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