“Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo.”
Mateo 28.19-20
Creo que hemos abusado de la primera frase de este pasaje. Somos rápidos en ir o en ser enviados, sin apegarnos realmente al resto del pasaje, es decir, sin tener muy en cuenta la parte de “enseñándoles a obedecer lo que les Jesús les ha mandado”.
¿Resultado? A menudo, cuando “vamos”, definitivamente hacemos discípulos, pero no discípulos de Jesús de acuerdo a lo que El nos enseñó. Muchas veces hacemos discípulos de nosotros mismos, discípulos de nuestros pastores, discípulos de nuestros padres, discípulos de nuestra política y políticos. Somos buenos al hacer discípulos. Cuando la pistola que marca la salida se dispara indicando “IR”, volamos hacia la meta, pero nos olvidamos de la parte más importante, que deberíamos estar haciendo discípulos de Jesús y solamente de Él.
Detente por un momento antes de “ir” y examina el mensaje que estás comunicando. ¿De quién se trata? ¿De ti? ¿De alguien más? ¿De Jesús? Asegurémonos de señalar a la gente la dirección de la Esperanza (la cual, por cierto, es Jesús y no el próximo presidente).
Señálales el camino hacia Jesús, hacia lo que Él hizo y hacia las cosas que Él enseñó. El hacer discípulos de Jesús deberá funcionar aún mejor que el hacer discípulos de uno mismo.
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