Estuve en el hospital durante 5 días aprendiendo a caminar de nuevo; 5 pasos hacia adelante, 5 hacia atrás y luego dormir 24 horas. Al día siguiente, 3 metros hacia adelante, 3 metros hacia atrás, luego dormir…
Finalmente, para finales de abril caminaba 8 Km . seguidos sin problemas. Tenía programado volver a mi barco en agosto de 2009, ya sin dolor alguno y en franca recuperación,
El cirujano me mandó montar en bicicleta para fortalecerme. Dos días después, el sábado 2 de mayo, mientras montaba mi bicicleta, fui arrollado por un camión Dodge que se dio a la fuga. Primero me hallé en el suelo, luego de regreso al hospital, teniendo que aprender a caminar de Nuevo. Fue tan doloroso, y todavía lo es, que me resultó muy difícil. La policía jamás encontró al que me arrolló; mi vida como capitán del Guardacostas en el mar había llegado a su fin.
Hacia el mes de julio, tanto el dolor como la angustia mental sobre mi futuro eran extremos, lo que me llevó a arrodillarme pidiéndole ayuda a Dios. Poco después, comencé a ver señales de parte de Dios de que me quería hablar, pero yo no sabía qué hacer. Señales tan pequeñas como una matrícula de coche que decía “CIELOS” o un aviso del camino en el que se leía “Camino a la Rendición ” (por el que había pasado cada día sin haberle visto antes) y nunca se me había ocurrido rendirle mi corazón a Dios.
Un día , caminando por el bosque, ya habiendo avanzado kilómetro y medio, me detuve ante el mismo banco donde antes me había detenido cientos de veces y vi las palabras escritas en el mismo: “Jesús te ama”. Puse mi mano sobre esas palabras y pude sentir algo moverme en ese momento; Dios me estaba llamando.
Le conté a mi esposa que durante esas semanas, en más de una ocasión, Dios me estaba llamando. Ella me preguntó: “¿Para qué?” Le dije que no lo sabía, pero que me estaba llamando. Así que llamé al único amigo que conocía que había entregado su vida a Cristo, precisamente en medio de nuestros locos días de fiestas, y le dije: “Dios me está llamando y no sé qué hacer”.
Me preguntó si había invitado al Señor a mi vida, y sí que lo había hecho. Entonces procedió a decirme que Dios estaba haciendo por contestar a mi petición y que necesitaba acercarme a Él también. Me habló acerca del libro de John Bevére, “Acercándonos”, así que leí el preámbulo y el primer capítulo del mismo. Inmediatamente fui profundamente conmovido por el amor de Cristo y las lágrimas fluyeron en mí durante una hora. El Espíritu Santo había descendido sobre mí. Las últimas palabras que leí después de la oración fueron: “Bienvenido a casa”.
Nuestros vecinos nos habían invitado a acompañarles a la iglesia más de una vez en los últimos 18 meses. Bueno, necesitaba ir a la iglesia esa mañana del 13 de septiembre, así que fui solo. El primer culto no había finalizado todavía, por lo que me detuve en el vestíbulo y la primera persona que vi fue a un hombre negro grande de nombre Coach. Se acercó y me abrazó, y dijo: “Bienvenido a casa”.
Supe que estaba en el lugar correcto y que todo esto era real, que Cristo estaba vivo y que le pertenecía a Él. No creía en Cristo hasta ese día; aunque todavía hay mucho dolor en mi columna, es sólo un recuerdo de que soy parte del plan maravilloso de Dios.
Hacia septiembre u octubre de 2010, año y medio después de mi accidente y salvación, un amigo mío intentaba llevarme a una reunión de varones un martes en la noche en el “Garage”. La primera vez que fui al Garage solo escuché y no participé mucho; quería ver si la presencia de Dios estaba allí. Aunque no la sentí de inmediato, conocí a unos cuantos varones agradables, uno de los cuales había pedido al grupo a orar por él, ya que tenía una cita en la corte judicial ese jueves; su nombre era Kevin.
Decidí volver un par de semanas después para intentarlo de nuevo; tampoco sentí Su presencia pero pregunté por Kevin. Alguna razón había para que se hallara en mi corazón, pero no se encontraba allí.
Después de aquella segunda reunión, conducía hacia casa y pensaba que no volvería al Garage de nuevo, ya que no sentía la presencia del Señor y creía que no era el lugar para mí. Cuando llegué a casa me arrodillé para orar, y Dios, tan audible como si estuviese parado junto a mí y antes de que mis rodillas tocasen el suelo, me dijo: “Necesitas volver a ese grupo dentro de dos semanas”.
“¿Qué dijiste, Señor?” Una vez más me dijo: “Tienes que volver en dos semanas”. Y antes de que pudiera cuestionarle, me dijo. “¡Dos semanas!”
Les conté acerca de esto a mi líder de grupo pequeño de la iglesia y a mi esposa. Por supuesto que dijeron: “Bueno, tienes que ser obediente y volver en dos semanas”:
Durante ese tiempo estaba leyendo un libro titulado “ La Carnada de Satanás”. El libro trataba sobre el perdón y me lo había dado la esposa de mi vecino y pastor. A través del libro, Jesús me limpió de todas las heridas pasadas y otras cosas que tenía en mi corazón, que pudieran obstaculizar nuestra relación.
Pasaron las dos semanas; el día era el 28 de diciembre de 2010. Recuerdo haberle dicho a mi esposa que realmente no quería ir y me dijo: “Entonces, no vayas”. Pero algo reverberaba dentro de mí; algo como: “Dios te dijo que fueras, necesitas ir, tienes que ser obediente”.
Así que fui esperando algo, sin saber qué, pero Dios tenía una razón para que estuviese allí esa noche en particular.
Me detuve y conversé con Kevin, que había regresado. Otro tipo estaba en una silla de ruedas y preguntaba por qué yo tenía tantos problemas estando de pie y caminando. Le conté la historia sobre mi accidente y mi venida al Señor.
Para cuando terminé mi historia, unas 6 o 7 personas estaban escuchando. El tipo de la silla de ruedas me preguntó dónde había pasado eso; se lo dije y le describí el camión Dodge de los años 80 que me había arrollado. Le conté toda la historia; pero la terminé con mi agradecimiento por haber sido arrollado, ya que Dios había usado aquello para traerme a casa a Él… ese fue el final.
La reunión comenzó con algo de música de adoración invitando al Espíritu Santo. Durante nuestra adoración de aquella noche, comencé a orar y adorar a Dios, y Él me dijo de nuevo: “Las cosas se van a poner difíciles pero estoy aquí contigo, no te preocupes”. Me estaba alarmando un poco ya que nunca oigo de Dios, especialmente cuando es sobre mí, pero ahora sé que Él está conmigo.
Nada pasó después de la música de adoración, aunque había venido esperando algo, y seguimos hablando sobre algunos testimonios de alabanza, peticiones específicas, o cualquier otra cosa que estuviese en nuestras mentes. La reunión finalizó sin que pasara nada extraordinario.
Tras la reunión y un poco de conversación, salí para volver a casa y Kevin, el hombre que había ido a la cárcel, me detuvo afuera y dijo: “Necesito decirte algo pero no sé cómo”.
Le dije: “Aquí sólo estamos tú, yo y Dios. Puedes decirme lo que quieras”. Él dijo, después de una pausa de unos 10 segundos: “Yo fui quien te arrolló”.
Quedé anonadado. Mil emociones pudieron haber sido venido a mí en una fracción de segundo, pero me asenté en una. Y un segundo después, como si no tuviese control sobre mí mismo, le abracé y le dije: “Te perdono por completo”, y lo hice de inmediato.
Se disculpó de corazón y me preguntó si podía hacer algo por mí e incluso me ofreció dinero. Sólo le dije que se acercase más a Dios. También le dije: "No hay coincidencias. Fue un verdadero milagro, cuando jamás he experimentado alguno anteriormente". Esta es mi historia de cómo llegué al Señor, demostrándole al mundo que Dios es real y que todavía está en el negocio de los milagros.
J. A. Elliot
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