Históricamente se asocia la leyenda del laberinto con el imponente palacio de Cnossos. El mismo, era la ciudad-palacio más grande de la isla griega de Creta. Dotado de un nivel de sofisticación verdaderamente impresionante para la época; con más de un millar de estancias dispuestas en dos o tres niveles, escaleras, corredores, rampas para carros, almacenes, talleres y hasta un sistema de alcantarillado. Una construcción de elevado nivel de sofisticación y de alta tecnología para la época.
Allí, el artesano Dédalo, ciudadano ateniense desterrado a Creta, construyó el laberinto. Una intrincada y compleja construcción de muros, donde Minos hizo encerrar al terrible Minotauro, monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro al que se le ofrecían sacrificios humanos. Finalmente, Dédalo, su propio constructor, fue encerrado en el laberinto junto a su hijo Ícaro.
Impresiona la frondosa imaginación con que los griegos tejían sus leyendas de dioses y personajes que han llegado hasta nuestros días. Pero el laberinto de Cnossos es una de las leyendas, cierta eso sí, que más fascinación producen. Y hace unos pocos días, durante una de mis intensas reflexiones a muy temprana hora de la mañana, el laberinto se me hizo presente como una representación de mi propia vida. Esa reflexión aún continúa lanzando ecos, inclusive hasta hoy mismo.
Intrincados pasadizos, caminar y correr hasta quedar exhausto y sin fuerzas, sin poder llegar a ningún lado ni encontrar el camino hacia la salida. Cuando el cansancio y el agotamiento hacen estragos, junto al temor de ser encontrado por el “minotauro” de turno, uno queda abatido y sin fuerzas para continuar, literalmente entregado a la desesperanza y a la adversidad. Como creyentes, creemos; pero con absoluta y diáfana sinceridad… ¿quién no se ha sentido así en algún momento de su vida?La leyenda continúa. Dédalo y su hijo Ícaro finalmente escapan del laberinto volando. Y ese es precisamente el asunto crucial. Es precisamente ese momento, cuando estamos abatidos y vencidos, cuando nos hallamos en el medio del laberinto corriendo de un lado para otro, exhaustos y sin fuerzas, sin poder hallar la salida a nuestras penurias, cuando debemos salir del cautiverio. Mientras corremos de un pasadizo a otro, estamos atrapados y nos hacemos parte del laberinto, que en esas condiciones, tarde o temprano nos comerá.
Por ello es tan necesario contar con alguien con la suficiente experiencia, visión y sabiduría como pastor y maestro, con capacidad de ayudar y orientarnos para ver las cosas desde arriba, tal como las ve Dios. Como las vidas de cada uno de nosotros, puede haber laberintos más o menos intrincados y complejos que otros, pero ninguno de ellos lo es demasiado cuando es visto desde arriba.
Padre Amado, hoy te alabo y te doy las gracias. Asimismo, ruego de ti la suficiente visión, ciencia y sabiduría, para poder ver las cosas que nos pasan desde tu perspectiva, desde lo alto, para que ningún laberinto de la vida pueda tenerme cautivo.
Enséñanos de tal modo a contar nuestros días,
Que traigamos al corazón sabiduría.
(Salmos 90:12 RV60)… los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán.
(Isaías 40:31 RV60)
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