Porque a veces nos conformamos con vivir una vida pasiva, en el sentido de que sabemos que hay cosas que están a nuestro alcance mejorar, y sin embargo no tratamos de mejorarlas.
Ayer, mientras tenia un momento de comunión con Dios pensaba en todo esto, y de pronto de mi boca comenzaron a salir frases como: “Señor quiero estar a la altura”; no es poca cosa ser llamado por Dios. Tanto tú como yo hemos sido llamados por Él, y si Él nos escogió para ser sus hijos, debemos comportarnos a la altura que Dios se merece.
Ahora te pregunto y al mismo tiempo me pregunto: ¿Estamos a la altura de un verdadero hijo de Dios? ¿Nuestras acciones, nuestros pensamientos, nuestro vocabulario están dando testimonio de una vida convertida o nacida de nuevo?
Y no sólo en testimonio, porque posiblemente tu testimonio sea intachable, pero, ¿cómo está tu deseo de servir al Señor? ¿Cómo está tu compromiso por llevar las buenas nuevas a otras personas que todavía no conocen del Señor?
David, en un momento de su vida, se dio cuenta que no estaba a la altura de un hijo de Dios, había caído en pecado, había deshonrado a Dios pensando que nadie se enteraría, estaba viviendo una vida equivocada y a sabiendas de ello, no había hecho nada hasta ese momento, para salir de ese mal tramo de su vida. Fue allí donde escribió los siguientes salmos:“Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia;
Conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones.
Lávame más y más de mi maldad,
Y límpiame de mi pecado.
Porque yo reconozco mis rebeliones,
Y mi pecado está siempre delante de mí.
Contra ti, contra ti solo he pecado,
Y he hecho lo malo delante de tus ojos;
Para que seas reconocido justo en tu palabra,
Y tenido por puro en tu juicio.
He aquí, en maldad he sido formado,
Y en pecado me concibió mi madre.
He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo,
Y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría.
Purifícame con hisopo, y seré limpio;
Lávame, y seré más blanco que la nieve.
Hazme oír gozo y alegría,
Y se recrearán los huesos que has abatido.
Esconde tu rostro de mis pecados,
Y borra todas mis maldades.
Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio,
Y renueva un espíritu recto dentro de mí.”Salmos 51:1-10 (Reina Valera 1960)
Este salmo contiene un versículo muy importante: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí.” Salmos 51:10. El salmista reconocía su necesidad de Dios, su necesidad de estar limpio delante de Él, su necesidad de tener un espíritu recto; en pocas palabras, su enorme necesidad de ESTAR A LA ALTURA.
Yo quiero estar a la altura, pero para ello necesito comenzar a reconocer mis errores, y al mismo tiempo tener la determinación de evitarlos y solucionarlos. Porque la mayoría de nosotros nos quedamos sólo con la parte de detectarlos y reconocerlos, pero, lamentablemente, muchas veces no tenemos la determinación de aplicarnos para estar a la altura.
¿Queremos de verdad estar a la altura de un hijo de Dios? ¿Queremos que nuestro Padre se sienta orgulloso de nosotros?, entonces es hora de aplicarnos, es hora de buscar el rostro del Señor, porque sólo en su presencia podemos encontrar consuelo y renovación. No hay otras claves o consejos que puedan ayudar a un hijo de Dios más, que ir delante del Señor y mantener una comunión real y verdadera con Él.
Cuando mantenemos una relación personal y verdadera con Dios, hablando con Él diariamente, leyendo su Palabra, manteniendo una sintonía espiritual con Él, nuestro ser cambia de manera extraordinaria y es allí cuando somos más sensibles a lo espiritual y obedecemos a la voz del Señor; por eso necesitamos volver a ese nivel de comunión con Dios, y eso solamente se logra ORANDO.
¿Quieres estar a la altura de un hijo de Dios?, entonces comienza por orar, por mantener una relación personal con Dios, real y verdadera.
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