miércoles, 17 de abril de 2013

Solidaridad y compromiso - Devocional

Es frecuente que una importante ciudad sufra la terrible tragedia de una tormenta que se cobra vidas y bienes de forma cuantiosa. Entonces la solidaridad no se hace esperar. Desde distintos sitios comienzan a salir camiones cargados con ropas, víveres, medicamentos, elementos de higiene personal, abundante agua envasada, entre otras cosas, para ayudar a las víctimas del penoso evento de la naturaleza.
Y todo esto está muy bien. Es lo que corresponde hacer. Sin embargo, cada día, a cada momento de nuestras vidas, hay personas más cerca de nosotros de lo que podemos notar, necesitadas no solamente de nuestra solidaridad, sino también de nuestro compromiso.
Los mensajes que se emiten desde una estación de radio o TV llegan a la audiencia a través del éter, transportados por pulsos electromagnéticos emitidos desde las antenas. Este es el medio de transporte de esos mensajes.
El sitio donde vivo es una zona árida de montaña. No obstante, los ingenieros supieron convertir el valle seco en un verdadero oasis, fértil para cultivos y hábitat humano, trayendo el agua vital hacia el valle, directamente desde los ríos de deshielo de montaña por medio de canales. Las típicas “acequias” de ciudad, que tanto llaman la atención a turistas y visitantes, son pequeños canales que corren a ambas orillas de las calles, transportando agua de riego para la abundante arboleda de la ciudad. Precisamente los canales son su medio de transporte.
En un idéntico sentido, como creyentes, el compromiso personal con Dios, con Su Obra y, por lo tanto, también con el prójimo, es un poderoso canal, capaz de transmitir infinidad de mensajes destinados a llegar al fondo del corazón.

Solidaridad es ser parte o hacerse parte, ser solidario en fin, con lo que le pasa al otro. Y esto implica COMPROMISO. Tiempo atrás recibí en mi teléfono móvil un saludo para fin de año y en la misma semana otro que decía “te extrañamos”. Pero eran mensajes de texto, no llamadas de voz. No tienen nada de malo los mensajes de texto, pero una llamada de voz hubiera causado otro efecto en mi necesitado corazón. No se me escapó el detalle de que el coste de la llamada era y es más caro y, además, implicaba involucrarse en la situación que yo pasaba en ese momento. Hubiera sido capaz de llegar al fondo de mi corazón un “Hola, hermano, ¿cómo estás?, ¿necesitas algo?, ¿cuándo puedo ir a verte?”; cosas que por sí mismas ya implican un acto solidario y una, nada despreciable, cuota de compromiso.
Hay gente muy comprometida en las obras. Pero la apatía, la falta de compromiso con el prójimo, por lo tanto con Dios mismo, es una enfermedad que lentamente se está extendiendo entre el pueblo de Dios. De cada uno de nosotros depende que no sea así.

La religión pura y sin mácula delante de Dios Padre es esta:  Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones,  y guardarse sin mancha del mundo.

(Santiago 1:27 RV60) 

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