lunes, 15 de abril de 2013

Me quedo con el carpintero - Mensajes - Vídeo

carpinteroDesde pequeño destacó por su sed de aprender y su vocación para enseñar. Y a medida que iba creciendo se llenaba de sabiduría, tanto, que apenas empezó su pubertad, gustaba escaparse del hogar para ir a cotejar sus criterios con los más letrados del sector.
Este hombre, hijo de un sencillo artesano y de una humilde mujer, compartió con su padre desde muy pequeño, el oficio de labrar la madera para convertirla en objetos útiles. No obstante, muy pronto tuvo que dejar las herramientas y el anonimato, para salir a la luz del ministerio público, a trabajar en la obra de su padre celestial.

En varias ocasiones, este  joven  maestro subió a los más célebres púlpitos, tomó la palabra, y maravilló a cuantos le escuchaban, incluidos sus enemigos, pues reconocían, aunque fuese interiormente, que las alocuciones del joven tenían contundencia y  autoridad. Por ello no fue difícil que sus alumnos se multiplicasen, aunque no todos  los que le siguieron comprendieron fielmente su mensaje, ni se quedaron todos junto a él.

Sin sueldo base, sin honorarios extras ni horario fijo, el maestro de este relato hizo de las colinas, de las embarcaciones y de los desiertos, sus mejores  aulas, para desde allí anunciar valores imperecederos, como el amor, la paz, la justicia, la libertad, y la solidaridad, valores que aún seguimos buscando tener estos días.
Auténtico como fue, tenía como ejemplo su propio estilo de vida austera, pues pese a su sabiduría no se dejó atrapar por la vanidad; no persiguió poder ni tesoros materiales; no participó en ninguna campaña política; no buscó el favor de los gobernantes, de los acaudalados o de los eruditos. Por el contrario, y a riesgo de su propia vida, a muchos de ellos les combatió con sus ideas,  comparándolos con lobos con piel de cordero, con sepulcros intencionalmente blanqueados, puesto que no mostraban uniformidad entre lo que predicaban y lo que hacían.

El método de enseñanza de este maestro fue reflexivo y conciso, saturado de metáforas y parábolas inspiradas en casos comunes de la vida diaria, como aquellas del hijo derrochador, del tesoro escondido, del buen samaritano, de la oveja perdida, etc, con las cuales explicaba en forma concisa y fácil de recordar, las verdades que enunciaba.

Está por demás decirlo, pero este manso carpintero, quien se proclamó a sí mismo "pan de vida, camino y verdad", se llamó Jesús, de cuyas enseñanzas todos deberíamos seguir nutriéndonos. Éstas están al alcance de todos de forma física y virtual; están en las páginas de la magistral obra de consulta y aplicación dictada por su Padre: las Sagradas Escrituras.

No sé usted, mi amigo, mi amiga, pero yo, que voy para anciano, no reconozco otro maestro, ni superior, ni siquiera parecido, a este Jesús, que aparte de todo ello, murió para redimirme de mis  maldades, que resucitó, y que está haciendo en mi vida lo que jamás podrían hacer juntos ni Alá,   Buda, Mahoma, Confucio, ni ningún otro nombre, bajo o encima de la tierra, por muy iluminado que haya sido, o por muy “reencarnado” que se declare. Aunque muchos, inútilmente, intenten convencerme de que da lo mismo adorar a Jesús que a cualquiera de los citados, porque dicen que son un mismo Dios pero con diferentes nombres,

No, no y no, nunca… 
Yo me quedo con mi carpintero.
“Porque hay un solo Dios, y un solo mediador
entre Dios y los hombres:
 Jesucristo hombre”
(1 Tim. 2:5).

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