Cuando hubo terminado de predicar la Palabra, le dijo a Simón que pusiera la embarcación aguas adentro y echara las redes para pescar. Una vez más, una de tantas, Simón, quien luego vendría a ser el Pedro que todos conocemos, dio una respuesta algo apresurada y desde la perspectiva de su propia realidad: “toda la noche estuvimos trabajando y no pudimos pescar nada”, contestó. Pero, sin embargo, hizo algo tan osado como su respuesta verbal, “por tu palabra echaré la red”, dijo, y tuvieron que pedir ayuda a la otra embarcación que había quedado en la orilla, para poder sacar la red del mar de tantos peces que había capturado.
Simón y sus compañeros eran pescadores. La pesca era su medio de vida. Por lo tanto, haber estado toda una noche en el medio del lago sin haber podido pescar nada, no era precisamente un detalle banal. Era más bien, todo un problema.
Este emotivo relato de las Escrituras me muestra, cuando menos, tres denominadores comunes a la realidad que vivimos en nuestros días.
Cuando salimos a trabajar, a estudiar, a nuestra actividad deportiva o a cumplir con nuestros compromisos ministeriales y/o eclesiásticos, no importa si somos pescadores o no; si vivimos de esa actividad o no. Sea lo que sea lo que hagamos, salimos mar adentro a echar una red.
El segundo denominador común, es que es necesario apartar esa barca de la tierra para poder esperar resultados. Si la embarcación no se adentra en las aguas, separándose de la tierra, puede que haya algún pequeño resultado, pero será poco o nulo.
Y por último, no importa adonde vayamos ni qué hagamos; es imprescindible, más que necesario, ceder el control de nuestra embarcación a quien corresponde: al Señor, porque esa barca es, nada más ni nada menos, que nuestra propia vida.
Todo lo que emprendemos abriga una cuota de esperanza. Todo lo que hacemos implica un deseo de bendición, de crecimiento, de prosperidad. Nos motiva y alienta a obtener resultados, a recoger los frutos de nuestro esfuerzo. Eso significa echar la red.
Pero muchas veces estamos “demasiado apegados” a las cosas y a los eventos terrenales. Estamos pescando con cañas y redes en la falsa seguridad de las aguas poco profundas, en lugar de subirnos a la embarcación y salir mar adentro, apartarnos de la orilla, separarnos de la tierra… TOMAR DISTANCIA DE LAS COSAS TERRENALES y mirar las cosas desde otra perspectiva. “Toda la noche estuvimos trabajando”, dijo Simón “y no hemos podido pescar nada”. A veces descubro, no sin pena en mi vida, que estoy demasiado apegado a los eventos y circunstancias terrenales, como Simón Pedro, sin ser capaz de ir en pos de más, mejores y mayores conquistas, las que se encuentran mar adentro.
Y por último: Tal vez temor, el recuerdo de alguna mala experiencia, un terrible fracaso, falta de fe… no lo sé, pero suficientes argumentos para impedir cederle el control total al Señor, cuando resulta absolutamente necesario cederle esa barca, que es nuestra vida, a Nuestro Amado Señor. Hacer que el motivo principal del uso de nuestra barca sea el Señor y Su Palabra, y que el resto venga por añadidura.
Sólo Él es quien nos puede hacer navegar en aguas profundas, lo suficientemente apartados de las cosas terrenales, sin temor a hundirnos; echar la red en el mar y obtener las bendiciones más grandes y abundantes, a tal punto incluso, que los que están alrededor nuestro también salgan en gran manera bendecidos, como los de la barca que se había quedado en la orilla.
Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.
(Mateo 6:33 RV60)Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.
(Colosenses 3:17 RV60)
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