miércoles, 10 de abril de 2013

Huellas o heridas - Devocional


Alguien se jactaba malvadamente de sí mismo cuando decía: “Por donde pisa Billy no crece más la hierba!”
La idea del personaje era inspirar miedo a sus rivales, transmitir la idea de que él era malo, muy malo; el más malo y cruel de todos. Sin embargo, más allá de la ficción existen muchos “Billys” en la vida real.
Hay quienes son capaces de dejar huellas, profundas e indelebles huellas en la vida de las personas, a su paso. Otras, en cambio van dejando un reguero de caídos, de gente lastimada, de almas heridas. Precisamente donde ellos pisan no crece más el pasto. No hay posibilidad de fruto a su paso.
Es curioso: una huella se parece bastante a una herida. Son marcas que quedan en el suelo. Un arado es capaz de crear algo bastante parecido a las heridas en la tierra, al profundizar los surcos. No obstante, son “heridas buenas”, necesarias para permitir sacar las impurezas de la tierra, como las piedras, necesarias para eliminar algunas malezas y permitir que la tierra se oxigene, entre otras cosas. En pocas palabras, debes crear una huella que a su momento permitirá rendir su fruto.
¿Qué hace la diferencia entonces?
No hay secretos. Es nuestra intimidad con Dios lo que definitivamente hace la diferencia. Los escritores cristianos nos inspiramos en las Escrituras. Podrás estar de acuerdo o no, te podrá gustar o no, puede que compartas o no lo escrito; pero cada palabra escrita es una consideración personal, y sólo eso. Pero si hay algo cierto, es que más allá de que lo que se escribe, se comparta o no, depende de nuestra intimidad con Dios que sea de bendición o no.
Hubo momentos en la vida en los que la relación con Dios fue tensa y distante. Otros, en cambio, de profunda comunión. Y ello siempre se ha puesto de manifiesto por sí mismo. Por lo que si de alguna bendición fui, si algo bueno vio en mí, eso el Señor lo hizo y nada más que a Él se lo debo. Es el estado de nuestra intimidad con Dios, el que determina el impacto que han de causar nuestras vidas. Es la adversidad, un puente hacia una relación más profunda con Nuestro Señor.

No importando lo que hagamos en nuestro servicio cristiano, Dios nos ha llamado a ser Labradores de Almas. Depende de nuestra intimidad con Dios, que dejemos surcos o heridas.

Escucha, oh SEÑOR, mis palabras. Considera la meditación mía. Está atento a la voz de mi clamor, Rey mío y Dios mío, porque a ti oraré. Oh SEÑOR, de mañana oirás mi voz; de mañana [me] presentaré a ti, y esperaré.
(Salmos 5:1-3 RV 2000)

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