jueves, 25 de abril de 2013

El verdadero poder - Devocional - Vídeo

Pues Dios no nos ha dado un espíritu de timidez, sino de poder, de amor y de dominio propio.
2 Timoteo 1:7 (NVI)
Timidez: – En la versión Reina-Valera (1960) dice originalmente "cobardía" en lugar de timidez, y esto le da un sentido diferente a este versículo, y por tanto al mensaje.
Según la definición encontrada en Wikipedia, “la timidez es un estado anímico que afecta a las relaciones personales. Se la considera una pauta de comportamiento, que limita el desarrollo social de quienes lo experimentan dentro de su vida cotidiana.
Cobardía, por otra parte, “es un vicio que comúnmente se considera como la degeneración de la prudencia, degeneración que lleva a toda anulación del valor. La cobardía se puede considerar como un exceso de prudencia tal, que es incapaz de encarar consecuencias. La cobardía, generalmente, es vista con desprecio en la mayoría de las culturas, si no en todas, mientras que lo contrario, el valor, se recompensa y se anima”. Este último término, es justo el que necesitamos y el que será empleado a continuación para llevar a ustedes este mensaje.
En momentos difíciles, cuando nos falta el valor, a veces nos comportamos como verdaderos cobardes, pero Dios está presente. Él está ahí para confortarnos, para darnos valor, para animarnos a seguir adelante; la cobardía es sinónimo de miedo y de temor, y tales sentimientos no son compatibles con el amor de Dios; de hecho, el perfecto amor echa fuera todo temor. Es decir, el amor con que Dios nos ama y nos adoptó como sus hijos, es el verdadero poder.
Todos pasamos por momentos difíciles, por situaciones dolorosas, por momentos duros de verdad donde tenemos que escoger entre varias opciones, tomar decisiones, digerir y tratar de entender lo que sucede a nuestro alrededor; y sea cual sea la situación que estemos pasando, no estamos solos; Jesús está con nosotros y nos ha dado toda la esencia de su ser y de su poder, todo lo cual emana de su Santo Espíritu; nos da su espíritu, y éste, como dice el versículo, no es un espíritu de temor o de cobardía, sino de amor, de valor, de poder y de dominio propio. Ya es hora de que asumamos quienes somos.
El verdadero poder de nuestro espíritu humano no se define por el tono de voz, por gritar, no se obtiene con enojarse, airarse o expresar nuestros sentimientos impulsivamente; se define, precisamente, por la capacidad de saber controlar lo que decimos y lo que hacemos; por la madurez, sensatez y sabiduría de saber medir las consecuencias de nuestros actos; se obtiene con la habilidad de pensar antes de hablar, y especialmente, por poder constatar que ya no somos los mismos y que ya no reaccionamos de la forma como reaccionábamos en el pasado.
El verdadero poder radica en aceptar el amor de Dios en nuestra vida; en vivir sin miedo, hablar cuando se tenga que hablar; callar cuando se tenga que callar; amar como Jesús nos amó; en valorar la verdadera libertad que tenemos en Cristo, en vivir como lo que somos, hijos de Dios, adoptados con amor y poseedores de su mismo espíritu de valentía y de verdad; en considerar tu verdadera identidad en Cristo y no sentirte ni más ni menos que los demás, aunque otros tengan lo que a ti te falta.
Necesitamos con urgencia apoderarnos de la Palabra de Poder de Dios, creer a Dios y comenzar a vivir la vida que Dios tiene diseñada para nosotros, afrontando la vida con ese espíritu de valentía que Dios nos ha dado, viviendo sin temor y teniendo dominio propio, es decir, dominio de nosotros mismos, controlando lo que hablamos, lo que hacemos, lo que pensamos y lo que sentimos, siendo personas confiables, íntegras y fieles a nuestra fe.

Vivir sin temor, con valor, es vivir por fe, confiados cada día en la misericordia y naturaleza amorosa de nuestro Padre celestial y padre de nuestro Señor Jesucristo, asumiendo el espíritu que Dios nos ha dado y sobre todo, tomando las riendas de nuestra vida en nuestras manos, pero con la sabia, amorosa y poderosa ayuda del Espíritu Santo. No basta con decir que somos hijos de Dios, hay que parecer serlo y demostrarlo.


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