miércoles, 27 de marzo de 2013

Señor… ¿Por qué? - Devocional

Desde hace un tiempo hasta ahora, descubro con pena que la adversidad ha ido en aumento en mi vida. La mayoría de los días salgo de casa angustiado y hasta con cierto temor. Solamente la experiencia de viajar unos pocos minutos hacia el trabajo, es ya para mí una fuente de angustia muy grande. Cada día, por la mañana muy temprano, debo caminar al menos durante media hora, hasta poder estar en mínimas condiciones de abordar un transporte. Mi carácter nervioso me obliga, muchas veces, a abandonar precipitadamente el autobús en condiciones emocionalmente desastrosas. La carga de estrés y angustia que produce esta situación, a veces se me hace francamente insoportable. Se siente lo mismo que arrojarse al vacío desde el último piso de un edificio, pero esto es sólo el principio de un día. Por lo general, no pasa un solo día sin que tenga que pasar por algún episodio que comporte alguna clase de atraso, frustración y derrota. Vuelvo a casa agotado, vencido. ¡Dios no me está bendiciendo!, es el primer pensamiento que aflora en mi mente. Se ve mal que un creyente y escritor diga estas cosas, pero… ¿quién dijo que los creyentes no pasamos por dificultades e inclusive períodos de intensa sequía espiritual?
Todas estas cosas, para mí, muy lejos de significar algo constructivo, resultan ser experiencias terriblemente frustrantes. Muchas veces clamé a Dios: ¡¿Por qué?! Nunca hubo respuesta.
Toda la Escritura es inspirada por Dios (II Timoteo 3:16), y nuestros escritos son inspirados por las Escrituras. Sin embargo, parece ser que estos leves padecimientos, comparados con los de otros, por los que me toca pasar, resultan ser una puerta hacia la inspiración de muchos escritos. Durante esa media hora en que camino obligado y en soledad, vienen a mi mente intensas reflexiones. A veces tengo tiempo de anotarlas. Otras veces, simplemente no me queda otra opción que dejar que se evaporen en el olvido. Y porque esto se encuentra más cerca del “reclamo” que del “clamor”, hoy alcé mis ojos al cielo y dije una vez más: ¡Señor… ¿por qué?!
Unos cuantos pasajes de las Escrituras hablan del papel de Satanás en las situaciones adversas por las que pasa el hombre, fundamentalmente aquellos que creen, quienes han tenido a bien depositar su destino en las sabias manos de Nuestro Amado Señor. Tal vez, el ejemplo más claro y evidente de esto sea Job. “Job afrontó un combate contra la desesperanza, el rechazo, el intenso dolor físico y una profunda desazón emocional…”(*). Sentimientos con los que me siento profundamente identificado. No sufro los dolores físicos de Job, pero sí los avatares de un síndrome que parece estar profundamente arraigado, en algún recóndito sitio del laberinto de mi mente, y muy a pesar de mis esfuerzos, se niega a salir para que lo alumbre la luz de Cristo. Lo cierto es que la adversidad de Job, no se desencadenó como resultado directo de su pecado u orgullo. Sí, como consecuencia de una discusión ajena entre Dios y Satanás. El ángel malo fue autorizado, aunque con ciertas restricciones, a malograr la vida y la prosperidad de Job.
Pueden ser muchas las causas de nuestros males. Una de ellas, sin lugar a dudas, las consecuencias del pecado. Pero no siempre es así. La Biblia, con frecuencia, nos está advirtiendo sobre la sagacidad, inteligencia y crueldad del Diablo. Como “león rugiente buscando a quién devorar” le describe Pedro (I Pedro 5:8). Muchos limitan el papel de Satán a actuar en nuestras tentaciones, pero su acción va mucho más lejos que esto, toda vez que si logra la autorización del Supremo para tocar una parte de tu vida y de tus bienes, lo hará sin titubear. Y esto último no siempre tendrá alguna relación con tus pecados. Tal vez en alguna oportunidad tenga algo que ver con tu fe.

No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana;  pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también, juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar.

(1 Corintios 10:13 RV60)

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