lunes, 25 de marzo de 2013

¿Prohibir o enseñar? - Devocional - Vídeo

A veces la gente se hace preguntas de índole de si es pecado esto o aquello; preguntas que, muchas veces, tienen su origen en el modo de pensar de “ciertas autoridades espirituales” que tratan de imponer sus pensamientos, creyendo en ocasiones que son la pura verdad.
Hoy en día, hay muchas discusiones en temas que verdaderamente no tienen demasiada importancia, es decir, que no son la base de la vida cristiana, ni del evangelio en sí. Peleamos por como nos vestimos, por como nos peinamos y hasta por cómo nos comportamos, cosas tan superficiales que, si bien tienen cierta trascendencia en nuestra vida, no son realmente el punto central en el que deberíamos fijarnos.
No es conveniente que la gente, por obligación, haga lo que otros quieran o piensen.

“Todo me es lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica.”

1 Corintios 10:23-24 (Reina-Valera 1960)
Leía hoy una publicación que versaba acerca de si era pecado o no maquillarse; muchas veces, este tipo de cuestiones vienen motivadas porque se escucha en las iglesias o a nuestras “autoridades espirituales” prohibir ciertas cosas.
¿Una persona que se maquille perderá la salvación?, ¡no!, entonces, ¿dónde está el fin de esa prohibición? Por ejemplo, a todos nos place que nuestra esposa se vea bonita, y si usa maquillaje para ello, pues que lo use; claro está, tiene que ser de forma moderada, de tal manera que le resalte la belleza y no que se convierta en un centro de atracción, por el excesivo maquillaje sin sentido que se pueda colocar.
Ahora bien, durante nuestra vida cristiana hemos escuchado las prohibiciones más graciosas que pueden existir, gente que en sus iglesias les prohíben el bigote a los hombres, o en otros lugares tienen que dejárselo, nunca cortárselo. Prohibiciones como no vestirse de tal forma, o no cortarse el cabello de esta otra. Prohibiciones como no andar con la camisa fuera del pantalón. Prohibiciones como no juntarse con gente que no es cristiana, ni siquiera dirigirles la palabra. ¡Qué absurdo!, si no le hablamos a la gente que no es cristiana, ¿cómo vamos a evangelizar?
Sinceramente, y sin la intención de hacerse sentir mal a nadie, hay cosas más importantes que el maquillaje, que los pantalones o el vestuario; más importantes que un peinado o las amistades que podamos tener. En lugar de andar prohibiendo exageradamente todo lo que se nos ocurra, deberíamos enseñarle a la gente el amor que Cristo tiene por las personas, independientemente de lo que haga, de cómo se vista, de cómo se vea o de lo que diga. Recuerden que todos nosotros también anduvimos perdidos en el mundo, sin rumbo, sin esperanza, y, sin embargo, Dios nos vio tal como éramos y vio en nosotros lo que podíamos hacer cuando Él nos tomará en sus manos, y ahora ya no somos los mismos.
Lo más importante en la vida cristiana es mantener una relación personal con Dios, es hablar con Él cada día, es leer su Palabra para alimentarnos y aumentar nuestra fe, es mostrarles a otros ese amor que tuvo Dios con nosotros, es reflejar la misericordia que Dios nos tiene cada día, es mostrar compasión por las personas en vez de juzgarlas. ¡Eso es lo más importante en la vida cristiana!
La mayoría de “autoridades religiosas” pierden su tiempo en prohibir ciertas cosas y a veces sus prohibiciones rozan lo absurdo. Da que pensar que si ahora mismo Jesús caminara por nuestras calles enseñando, muchos “religiosos” quedarían sorprendidos de sus enseñanzas, muchos le criticarían por sentarse con las prostitutas o comer con los publicanos, muchos no entenderían por qué Él prefería sentarse con la gente común en lugar de con la gente prominente, muchos no comprenderían por qué, en lugar de acusar a una mujer adultera, le extiende su mano y la levanta y le dice con amor que ya no peque más. Muchos no comprenderían que llamara por su nombre a ese cobrador de impuestos que todos odiaban, y sin embargo Él quiere comer con él. Muchos no comprenderían por qué deja que una mujer lave sus pies rociando un delicioso perfume, muchos le criticarían por eso y hasta pensarían que esa es su mujer; y es que somos así, nos creemos muy perfectos, siendo tan imperfectos.

“Yo vine a invitar a los pecadores para que regresen a Dios, no a los que se creen buenos.” 

Lucas 5:32 (Traducción en lenguaje actual)
Yo estoy casando de la falsa imperfección, también de la falsa modestia, yo no soy perfecto, y aunque pretendiera serlo, mi naturaleza pecaminosa me recuerda que soy uno más que lucha diariamente por agradar a Dios. Derramo lágrimas, al igual que cualquier persona, cuando me doy cuenta de lo bueno que es Dios conmigo y lo mal que muchas veces me comporto. Me duele el corazón al saber que a veces le prometo no fallarle más y caigo conscientemente. Yo sólo puedo decir que Dios me ama porque puedo sentirlo, porque no me desecha, porque no me señala, porque no me juzga, sino que siempre me extiende la mano y me dice que siga adelante; ese es el Dios que yo sinceramente conozco, ese Dios que con su amor hacia mí me hace cambiar, no porque me obligue, sino porque su amor provoca que mi voluntad se doblegue y busque agradarle.
Lo más importante en la vida cristiana es ser sinceros con nosotros mismos y con Dios, es reconocer que todos estamos expuestos a pecar o a fallar, es reconocer que si hemos avanzado, no es mérito únicamente nuestro, sino de Dios, quien nos ha dado la fuerza que necesitamos para hacerlo.
No le pongas obstáculos a la gente para que se acerque a Jesús, porque con las prohibiciones absurdas, lo único que hacemos es mostrar el fanatismo desmesurado que tenemos; en lugar de fijarte en las cosas que no tienen importancia, comienza a fijarte en las cosas que sí la tienen, como ir a donde esa persona está necesitada de Dios, y decirle lo mucho que Él la ama y lo que puede hacer en su vida. Y es que nos preocupamos por prohibir y se nos olvida predicar.
No se trata de un libertinaje, porque eso sería aún más absurdo; se trata de que cada uno, a través del conocimiento bíblico adquirido, pueda reconocer qué cosas no son correctas, se trata de que sea el Espíritu Santo, que mora en cada uno de nosotros, quien nos redarguya y nos haga ver el error que podemos estar cometiendo, se trata de obedecer a esa voz del Espíritu Santo en nuestras vidas. Que la gente evite hacer algunas cosas que no son correctas, no porque les obliguemos, sino porque su amor por Dios les lleva a vivir una vida santa y piadosa.

“Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente” 

Tito 2:11-12 (Reina-Valera 1960)
Lo más importante de la vida cristiana no es cómo te vistas, ni qué peinado traes, ni mucho menos si usas o no maquillaje, gel o desodorante; lo más importante de la vida cristiana es reconocer a Jesús como Señor y Salvador y vivir cada día para Él.
¿De qué me sirve vestirme cómo me quieren obligar a vestir y no usar lo que no quieren que use, si no tengo una relación personal y verdadera con Dios? Todo esto sería superficial, si en mi interior no existiera esa pasión por Dios que sí existe.
Todo cambio exterior está provocado por un cambio interior, es decir, yo cambiaré porque el Espíritu Santo de Dios, que vive en mí, me impulsa a hacerlo y no porque alguien me esté obligando; porque obligado, seguramente cambiaré algunas cosas, pero cuando ya no lo esté, volveré a lo mismo; sin embargo, cuando el cambio proviene del Espíritu Santo de Dios que me redarguye, entonces ese cambio tendrá bases sólidas, que no serán manipuladas por nada en nuestra vida.
No pierdas el tiempo en prohibir, mejor enseña a tu gente a vivir para Dios, a mantener una verdadera relación personal con Él y entonces, sin necesidad de que prohíbas nada, sus vidas serán transformadas por el poder del Espíritu Santo, sin necesidad de obligar, sino como fruto de esa verdadera relación personal con Dios.

¡No obligues, mejor enseña, pero basado en la Palabra de Dios y no en dogmas humanos!

“Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre.” 

1 Pedro 1:22-23 (Reina-Valera 1960)

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