Un buen día, alguien me dijo; “Viajar es mejor que arribar”.
En aquel entonces, me reí, sin comprender en realidad cómo era posible eso. Y no me di cuenta hasta que tuve lo que quería. Fue entonces cuando me di cuenta, de repente, que la persona que vive el sueño es diferente a la que ha trabajado por él. Ahora me he convertido en una persona más sabia, calmada, fuerte y apasionada.
El viaje me había transformado. Cometí errores y aprendí de ellos. Me caí y aprendí a levantarme de nuevo. Lloré y lloré, y aprendí a secarme mis lágrimas. Hice amistades y aprendí a valorar a la gente. Me hice con enemigos y aprendí a valorar las lecciones que aprendí. La travesía había transformado una tonta oruga en una hermosa mariposa, esperando ansiosamente explorar el mundo con sus recientemente halladas alas.
Así que amigos, siempre recordemos: “La experiencia es el mejor maestro y con ella, no hay garantías de que llegaremos a ser artistas; sólo la travesía cuenta”.
Así que… ¡salud a una nueva travesía!
Hace años llegué a la conclusión de que si tan sólo vivía para celebrar los momentos de triunfo en mi vida, estaría viviendo muy poco… y es que esos momentos son muy breves, en comparación con el esfuerzo y recorrido que tomamos para llegar a ellos. Por ejemplo, invertimos 4 o 5 años de estudios para alcanzar una licenciatura universitaria, que se ve premiada con una ceremonia de graduación de dos horas como máximo. Si bien ese diploma abre las puertas de un mundo profesional, tan sólo nos concede el nivel de “novatos” en un mundo de expertos que nos han precedido. Disfrutemos, entonces, de la travesía; eso habrá de garantizar una vida plena y llena de sabores. Adelante y que Dios les continúe bendiciendo.
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