domingo, 3 de marzo de 2013

La Confianza - Mensaje - vídeo


Hace muchos años, en un pueblo de mi país, se instalaron dos almacenes de ramos de flores en la misma calle. Uno enfrente del otro. Hasta aquí nada de qué extrañarse. Sólo que el propietario del primero le puso, creativamente, a su negocio:“Almacén La Confianza”. Evidentemente lo que buscaba era infundir precisamente “confianza” a sus clientes y potenciales clientes.
Pero aquí viene la típica “viveza” comerciante que para muchas cosas nos sirve, pero que también nos causa serios dolores de cabeza. Resulta que el propietario del negocio de enfrente supo capitalizar el esfuerzo creativo de su competidor para descalificarle. Instaló un cartel sobre su negocio, claramente visible, y a modo de eslogan,  puso el antiguo dicho popular que dice: “En la confianza está el peligro”. Lapidario.
Independientemente de las coincidencias y de la clara intención de desacreditar al comercio vecino, el contundente mensaje publicitario expresaba una irrefutable verdad. Y una triste realidad. Como la historia de Juan.

Juan era un hermano muy comprometido con las cosas del Señor. Lleno de proyectos, iniciativas, ideas. Nunca estaba ocioso y su anhelo era ser de bendición a los demás.
Un día comenzó a retraerse. Si antes era reservado, ahora lo era aún más. Ya no tenía tanta iniciativa. Cada vez tenía menos relación con los hermanos. A pesar de todo, su compromiso era con el Señor, por lo tanto continuó ocupándose de sus tareas en la iglesia y de su congregación como lo había hecho siempre. Sin embargo, la frustración, la insatisfacción y la falta de contención, hicieron que el desaliento y la tristeza ganaran terreno sobre la fe y la esperanza dentro de su corazón.
¿Qué había pasado? Muy contadas veces había abierto su corazón sobre algún tema en particular. En su momento no fueron cosas graves, pero sí tenían trascendencia futura para su ministerio y familia. Sólo que los líderes de su iglesia, evidentemente, no tenían esa visión y no supieron dar con las respuestas adecuadas.
Juan, literalmente, se estaba ahogando. Es como el que se cae al agua. Pide socorro el que está a punto de ahogarse, no el que se está ahogando. El agua en su garganta le impide gritar. Juan decidió refugiarse en el silencio cuando perdió la confianza.

Un valioso salvavidas: La Confianza
La confianza es como un delicado castillo de cristal. Puede costar años construirlo y tan sólo un pequeño descuido derribarlo.
Extrapolando este episodio al terreno espiritual, cuando un hermano, que es cumplidor y trabajador, se aleja y no pide más auxilio, es porque se está ahogando. Ya perdió la capacidad de pedir socorro.
Un corazón se abre cuando impera la confianza. Nunca por medio de una “cirugía espiritual” compulsiva.

“Ganarse” o “conquistar”

Saber “ganarse” la confianza de alguien es el sujeto pasivo, consiste en ser merecedor de ella sin créditos de ninguna especie. Es recibir la distinción. Es el otro el que te halló apto y por lo tanto decide otorgarte la condecoración desde lo profundo de su corazón.
Distinta es la “conquista”. Es la voz activa. Es el salir, lisa y llanamente, a apropiarse de la confianza del otro. Es arrebatársela, literalmente, reclamarla de alguna manera. Constituirse en acreedor de la misma. Obtenerla a través de la treta psicológica. A través del empleo de sutiles estrategias de seducción. Lograr que el otro te entregue su confianza.
¿Te has sentido así alguna vez? El episodio de Juan es ficción; no obstante, tiene muchos elementos extraídos de la realidad. Por ello que debes aprender a perdonar a quienes no han sabido valorar tu confianza; tu perdón no les absuelve de culpa y cargo, ni de ninguna manera les renueva el crédito, sino que te libera a ti de las tenazas opresivas de la ofensa.
Y por último: la confianza no es algo que se regale alegremente a nadie. Es una distinción, una condecoración susceptible de ser otorgada, y por ende, de ser ganada, no conquistada.
Por lo tanto: Gracias a nuestros amados lectores por leernos. Gracias por confiar en nosotros. Gracias por... todo. 
Es nuestra sincera oración al Señor, que nos dé la visión, la ciencia y la sabiduría para llegar a tu corazón y no defraudarte, a pesar de nuestros errores y equivocaciones de humanos. Es nuestra sincera oración, delante del Señor, que Él haga de cada uno de nosotros una bendición para tu alma. Porque nos importas mucho; porque sin conocerte, no alcanzan las palabras para expresar lo mucho que te amamos en este nexo que nos une en un mismo sentir, el Espíritu del Señor.

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