martes, 12 de febrero de 2013

Todo tiene su tiempo - Devocionales, Meditaciones, Reflexión


Parece que Dios hablaba bastante en serio cuando dice en el libro de Eclesiastés, que hay un tiempo para todo lo que se quiera hacer mientras tengamos vida. Creo que Él sabía perfectamente que sólo nos gustarían los tiempos “buenos” y que ante la adversidad, querríamos esconder nuestra cabeza en la tierra, tal como lo hacen los avestruces.
Como a Dios no se le escapa nada, aunque nosotros creamos que a veces pestañea y algo se le pasa, se preocupó de dejarnos POR ESCRITO la certeza de que nada de lo difícil que vivamos será eterno, pero que, sin embargo, tenemos que vivirlo porque es parte de nuestro proceso de aprendizaje. De un aprendizaje, a través de experiencias propias, que tiene una riqueza y un valor únicos, porque NADIE lo puede aprender por mí o lo puede aprender como yo lo hago.
Puede que si, o puede que no hayas reparado bien en el capítulo 3 de Eclesiastés, pero allí se encuentran grandes verdades sobre muchos procesos que vivimos en el ámbito espiritual y emocional. Todos, en algún momento de la vida, experimentamos alegrías, experimentamos un nuevo nacimiento, que fue el día en que permitimos que Cristo viviera en nuestro corazón, pero también vivimos procesos en los que los sueños que teníamos no se cumplieron, en los que diversos planes y proyectos desaparecieron, o bien, personas con quienes contábamos ya no están más. Hemos tenido momentos en los que hemos entregado tiempo, afectos, recursos y ayuda, así como también los hemos recibido de vuelta. Ha habido momentos en los que ha sido necesario desarraigar cosas de nuestro carácter o de nuestra vida, porque avanzábamos hacia otra etapa y debíamos ir más livianos y empezar desde cero; o bien, aquello que habíamos construido como, amigos, familia, trabajo, profesión, etc, ya no son suficientes, ni nos llenan el alma, y necesitamos centrarnos en aquello que es lo más relevante AHORA.
Así pues, experimentamos momentos de mucho dolor, y momentos de extrema felicidad en los que sentimos que el corazón nos va a explotar de tanta alegría; lo celebramos y lo compartimos con el mundo entero, y otras veces decidimos guardarlo sólo para nosotros. Vivimos instantes en donde buscamos muchas respuestas y queremos alcanzar muchos logros académicos, profesionales, personales, espirituales, etc. Y otros, en los que sólo el despertar con vida es suficiente… Así somos, vivimos y transitamos por todos esos estados, y Dios lo sabía tan bien, que se anticipó a nuestras crisis existenciales y escribió este capítulo para mostrarnos que TODO es pasajero, que no debemos preocuparnos de manera excesiva cuando las cosas no estén bien, y que no debemos acomodarnos y “dejarnos llevar” cuando las cosas estén muy bien.
Lo mejor de todo, es que no sólo este pasaje nos habla de un tiempo, sino también de una “temporada”, lo que implica que de este período de tiempo habrá un fruto que obtendremos. Es como cuando es temporada de frutas y verduras en el verano, o cuando ciertas plantas florecen sólo en épocas determinadas del año; en todo momento hay un fruto, sea cual sea la temporada. Por ejemplo, si vamos al supermercado, a la sección de frutas y verduras, SIEMPRE HAY, y no importa si vamos en invierno o en verano, que SIEMPRE hay… la tierra SIEMPRE da frutos; y así como la tierra siempre da frutos que podemos ver, las distintas “temporadas” de nuestra vida también dejan un producto en nosotros. Este “fruto” puede llamarse humildad, misericordia, crecimiento, aprendizaje, sencillez, amor, aprender a pedir perdón y perdonar, paciencia, mansedumbre, mayor fe, tolerancia a la incertidumbre.., y todos los que se te puedan llegar a ocurrir mientras lees esta lista.

No importa en qué temporada de tu vida estés, recibirás un fruto, tendrás un producto único entre tus manos, regado por el Espíritu Santo y abonado por Jesús ¡No hay nada que perder! TODO es ganancia, TODO es aprendizaje. 

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